Jose Mari Esparza nos ofreció aquí la semana pasada una mordaz descripción de la dinastía borbónica, que amén de un veraz repaso de sus fechorías, resultó ser un impagable rato de lectura; hilarante a la par de liberador. Venía a cuento el corrosivo escrito en el contexto de la penúltima barrabasada del cazador de elefantes, porque ya vendrán más.

Tengo para mí, sin embargo, que debemos empezar a poner el foco en su hijo y sus asesores, quienes llevan ofreciéndonos un gran espectáculo desde que se dio a conocer lo de las propinas que fue recibiendo y repartiendo su padre; cutre a no más no poder, con dosis añadidas de un patetismo y un esperpento digno de Berlanga. Porque, con todo lo que está lloviendo, hay que ser muy torpe para prepararle a Felipe VI esta operación exprés de blanqueo que tiene, de momento, cuatro capítulos, cuando lo prudente hubiera sido esperar a tiempos mejores.

Fue el primero de ellos un extenso comunicado en el que se vio obligado a reconocer que sabía lo de las gratificaciones desde hacía un año. Le siguió una comparecencia televisiva que provocó una gran cacerolada en la que participaron no solo los habituales vascos, catalanes e irredentos republicanos españoles de toda la vida, sino nuevas gentes que comienzan a estar hartas. Subió el nivel de ridiculez cuando los babosos de siempre nos quisieron colar que el susodicho nos había conseguido millones de mascarillas y terminó con el solemne anuncio de que el primero de los soldados (sic) ponía a nuestra disposición la Guardia Real. Quedamos a la espera de que en nuevas entregas nos anuncien, quién sabe, que él solito ha vencido al virus.

Completando una idea de Hegel, dijo Marx refiriéndose a Luis Bonaparte que la historia se repite, la segunda vez como farsa. Ciertamente, con esta familia llevamos más repeticiones de las deseadas, pero no somos pocos los que aceptaríamos que durara lo del francés con tal de que, como aquella, fuera esta la última escena. Y que de la misma manera que de Napoleón nos acordamos cuando hablamos de coñac, de los borbones solo nos acordemos cuando hablemos del güisqui de Kentucky.