Se acercan las fechas del calendario a las elecciones europeas del 6 al 9 de junio y los sondeos siguen tenazmente señalando el fuerte crecimiento de las fuerzas populistas de la ultraderecha, contrarias al actual diseño del proyecto común que representa la Unión Europea. Estamos ante unos comicios decisivos, porque a medida que la UE ha ido sorteando crisis –del euro, Brexit, pandemia, guerra en Ucrania–, se ha avanzado en leyes y programas europeos, jamás imaginados antes. De ahí que la composición del Parlamento Europeo saliente de las urnas será determinante en las decisiones que en el seno de las instituciones europeas se tomen a futuro. Si somos conscientes que la cesión de soberanía al proyecto supranacional en torno a Bruselas es de cerca del 80% de la legislación, convendremos que nos jugamos mucho en las personas que elijamos para que ocupen los escaños de la Eurocámara. Sin embargo, nos encontramos ante el riesgo de utilizar nuestro voto guiados por la ira que les produce una clase política que consideran corrupta e ineficaz para resolver sus problemas, tanto en clave nacional como europea.

Votar en clave nacional

La ya dilatada experiencia de las elecciones al Parlamento Europeo se ha caracterizado por la baja participación –solo en las últimas de 2019 se superó el 50%– y el uso de la papeleta electoral como una oportunidad para mandar mensajes de los votantes a sus dirigentes nacionales. Se ha solido votar para castigar a los gobiernos de los Estados miembros o para apoyar su gestión, sin tener en cuenta ni los programas europeos, ni los candidatos que representan a los grandes partidos europeos, llamados después a dirigir la política europea. En síntesis, votar en las europeas, para los pocos que lo hacían era gratis, pues, no te juegas nada cercano y, por tanto, se puede jugar a experimentos electorales. Además, en muchas ocasiones las listas de las europeas se han empleado por parte de las formaciones políticas de cada país, como una canonjía al final de la trayectoria política, convirtiendo al Parlamento Europeo en una especie de cementerio de elefantes de políticos nacionales. Algo que debe ser corregido urgentemente, pues, como ya he dicho, el nivel de la legislación producida en Estrasburgo y Bruselas es de trascendencia vital para los ciudadanos.

El enfado como razón de ser

El otro gran riesgo al que nos enfrentamos en junio es el del enfado que se canaliza dando un golpe encima de las urnas mediante el voto a opciones que teóricamente suponen una alternativa a los partidos tradicionales. El descontento con el proyecto europeo es difuso, pues, todos los Eurobarómetros señalan un apoyo muy mayoritario en los 27 a la pertenencia a la Unión Europea, pero, por otro lado, si se rasca en profundidad en las opiniones de los europeos, la realidad es que sectores de la población se sienten desatendidos por las políticas de la Unión, como recientemente está ocurriendo con agricultores y ganaderos. Todos aquellos afectados negativamente por la doble transición, ecológica y digital, así como las clases medias que han visto disminuir su poder adquisitivo y la calidad de los servicios públicos que les ofrecen sus gobiernos, son pasto fácil de las opciones populistas, que encuentran soluciones facilonas a problemas muy complejos. Esas fuerzas, especialmente ultraderechistas y ultranacionalistas, no solo buscan cambiar el modelo de proyecto europeo, sino que son un auténtico peligro para la democracia y las libertades, pues, su deseo último es la instauración de autocracias en sus países.

Cinturones sanitarios

La tentación obvia que tendrán las tres grandes familias políticas europeas –populares, socialistas y liberales–, será establecer el típico pacto de reparto de poderes en las instituciones, Parlamento, Comisión y Consejo, para evitar que estas formaciones antieuropeístas acaben teniendo el control de las decisiones. Se trata de ampliar el cinturón sanitario en torno a la ultraderecha, algo que ya se ha empleado en bastantes Estados de la UE, pero que poco a poco ha ido engordado a los ultras que, poco a poco, han pasado a ganar las elecciones, como el caso de Italia, Holanda y muy previsiblemente en Francia, donde Le Pen es clarísimas favorita en las elecciones europeas. Deberíamos, por tanto, ganar las batallas en las urnas, siendo conscientes de lo que nos jugamos y que tirar el voto ofuscados por la ira, puede llevar a deslizarnos por el terrible precipicio de las dictaduras.