Esta semana, Eduardo Madina ha hecho unas declaraciones en la Cadena Ser que se han hecho virales y que han sido bastante aplaudidas por la crítica mediática. Unas declaraciones en las que el exdiputado socialista hacía referencia al llamado caso Koldo, pero no hablaba solo de eso. O, mejor dicho, hablaba de mucho más que de eso. Venía a decir que él, como socialista, siente el deber moral de reaccionar ante este turbio asunto que afecta, supuestamente, a cargos de su propio partido de la misma manera en la que lo haría si afectara a cargos del Partido Popular. Y comparto plenamente sus palabras porque siempre me ha resultado muy difícil de entender –o, mejor dicho, de explicar– que haya quien tiene una vara de medir cuando quien emplea dinero de dudosa procedencia en comprarse tres pisos en primera línea de playa de Benidorm es un compañero de partido y otra, totalmente distinta, por supuesto, cuando quien hace algo parecido lleva en el bolsillo un carné de distinto color. Y es que la lógica nos lleva a pensar que quienes comparten militancia política deberían tener posiciones semejantes con respecto a si los impuestos deben ser más altos o más bajos, si el peso del sector público debe ser mayor o menor o, incluso, si debe haber más o menos policía para garantizar la seguridad en el espacio público. Pero la afiliación política nunca debería condicionar el listón ético o los criterios morales a la hora de juzgar las prácticas poco edificantes de quienes tienen acceso a los fondos públicos. Menos aún, a tener una posición u otra en función de si quien se ríe de los ciudadanos ocupa un escaño detrás o enfrente del propio. Y eso lo sabe bien un Eduardo Madina que se refiere a sus compañeros de partido con la coherencia de quien dice lo que piensa y, sobre todo, con la libertad de quien no ocupa un escaño después de haber perdido unas primarias contra aquellos a los que ahora, íntegra y gustosamente, se permite criticar.