Debemos a Homero y su Odisea la noción de nostalgia, el dolor de Ulises por no poder volver a casa. Su raíz algia indica que es un sufrimiento, pero del alma, al contrario que la neuralgia y la lumbalgia, dolores físicos. Milan Kundera dijo que era “el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar”. Nuestra memoria está atravesada por esta melancolía tóxica. La nostalgia vende mucho en la tele, más que su reverso, la imaginación. La serie de TVE Cuéntame es un producto nostálgico con pretensiones de historia social de España, de 1968 a 2001, a través de la familia Alcántara, con un relato que blanquea la dictadura y la transición, justificándolas por el miedo y la ignorancia de la gente. Tras 22 años ha llegado a su fin. ¡Aleluya! Mucho antes que los Alcántara fue La Casa de los Martínez, un bodrio franquista con polilla. Después llegó la oprobiosa Crónicas de un pueblo, obra del donostiarra Mercero que predicaba los dogmas falangistas. Le sucedió, de la mano del bilbaino Alfredo Amestoy, La España de los Botejara, sublimación de los estragos de una época de miseria. Todo este detritus desemboca en Cuéntame, fábula costumbrista y cateta que reproduce el complejo de inferioridad español y lo compensa en el autoengaño. Cuéntame muere porque ya era anciana hace 15 años. Las audiencias mostraban su envejecimiento y apenas alcanzan el 12%. Pero quien decreta su cancelación es Hacienda al dejar al descubierto el fraude tributario de Imanol Arias y Ana Duato, que se hicieron un Juan Carlos de Borbón con el dinero ganado en la serie. Un acuerdo salva al ermuatarra de la cárcel. Su deshonra pública ha sido letal. Para soportar la realidad hay una receta mejor que la nostalgia: que la mente recuerde y el corazón olvide. ¿O era al revés? l
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