Es el Día Mundial del Medio Ambiente, o menos, de lo que nos queda. Vivimos una carrera suicida a la extinción, cuando deberíamos haber frenado ya. No podemos seguir creyendo que el crecimiento pueda ser eterno. La historia humana es la de alterar el entorno, pero la forma en que lo hacemos varía. Ahora somos ya más de 8.000 millones de personas y ni nos atrevemos a echar cuentas de lo que gastamos ya, además de las consecuencias de cómo estamos haciéndolo: contaminación, desaparición de recursos escasos, problemas con el agua, desde luego la tragedia climática y cómo afecta a la salud, además de la incierta situación de la justicia social y los derechos de quienes son más vulnerables.

Seguir mirando a otro sitio y pensar que sin cambiar casi nada más o menos podremos mantenernos es insostenible. Aunque acusemos a quienes advierten de la necesidad de repensar nuestro sistema y decrecer de una vez, con buen ritmo, sin esperar que el colapso nos estalle en las manos, de ser unos agoreros (ya lo hemos comentado por aquí muchas veces, pero anuncio que seguiré con ello). Va a ser imposible detener a tantas personas que se quejan y reclaman un cambio de rumbo democrático: uno de los fundadores del movimiento Rebelión Científica, el físico británico Mike Lynch-White, está condenado a dos años de cárcel por actos de desobediencia civil que son juzgados como amenazas al Estado, como ha pasado en España con otras científicas, en Alemania y otros países... Lanzar tinte rojo o pegarte para que no te separen de cualquier lugar es por lo que se ve un atentado. Condenarnos a la extinción, ya se ve, no es sin embargo delito. Así que dedico hoy el Día del Medio Ambiente a estas personas que luchan por que no olvidemos lo que la ciencia lleva anunciando medio siglo. Aunque no les hagan caso quienes deberían hacerlo. l