Discutíamos una propuesta sobre lapresencia de las selecciones deportivas vascas en competiciones internacionales. El PP lo tenía claro: España y punto.La representante socialista nos largó, sinembargo, un discurso sobre la vacuidad de lasbanderas y lo identitarios que éramos, quecasi levantó el aplauso de un periodista allápresente, bastante ácrata él.
Resulta que en no pocas semanas tuvo lasusodicha un orgasmo muy duradero, tantocomo el tiempo que necesitó su queridaEspaña para alcanzar la Eurocopa de fútbol.Las rojigualdas que engalanaron sus redessociales ?también sus pómulos el día de lafinal? despertaron nuestra sana envidia, yaque sin duda haríamos lo mismo si fueranuestra selección la ganadora. Aunque,cómo no, ya se encargaría ella de aclararque lo nuestro sería una orgía nacionalista,mientras lo suyo fue una celebración apátrida, como las de su compañero Gasco enEurovisión, festival al que va cargado debanderitas españolas, pero solo porquecombinan bien con su ropa.
Idoia Mendia nos ha ofrecido esta semana lasolución para arreglar lo de Cataluña. Clarividente ella, propone que huyamos de lasbanderas que ocultan los problemas reales.No deja de ser curioso que enarbole este discurso en torno a las banderas solo cuandoentran en juego la ikurriña y la senyera. Porque la orgía de banderas rojas y amarillas alas que nos está sometiendo últimamente elPSOE es de cuidado. Nunca la hemos sentido incómoda ante semejante desplieguebicolor.
Las banderas han sido habitualmente elcomodín de quien no quiere mojarse oprefiere ocultar lo que piensa verdaderamente. Frases como que la bandera es soloun trapo o que hay que huir de banderaslas hemos escuchado demasiado frecuentemente en bocas de quienes tienen lasuya muy asegurada en altos mástiles.Quienes nos piden huir de nuestras banderas nunca lo hacen de las suyas. En realidad nos piden que renunciemos a nuestrasaspiraciones, que nos olvidemos de nuestros derechos, que enterremos nuestrossueños.