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La buena gente

El aniversario del referéndum catalán ha sido el marco ideal para queemergiera de nuevo la buena gente,esa que predica el bien obteniendo elaplauso y el elogio casi unánime con propuestas tan originales como el diálogo, lanegociación, el pacto y el consenso. Nadade lo que recomiendan es refutable, peroresulta que se nos queda escasito, así deraros somos algunos.

No encuentra uno entre sus bienintencionadas sugerencias ninguna que no hayasido ensayada, solicitada, incluso rogadadesde la mayoría política catalana durantemuchísimos años, a no ser que olvidemos,por ejemplo, la humillación a la que fuesometida su reforma estatutaria. Ignorar uocultar tal realidad supone situarse en unaequidistancia que deviene irritante. Porqueno, no es lo mismo la pose salomónica depedir el diálogo a todas las partes que exigira una de ellas que se mueva de una vez.

De un botillero no solo se espera que lediga a su pelotari que debe llegar a 22. Y esque entre obviedad y obviedad uno también ansía tener respuestas. Por ejemplo, sialguna vez en la historia ha estado justificada la desobediencia y la unilateralidad; quérequisitos se deben dar para que ello suceda; cuál es la frontera entre la exigencia deun consenso amplio y el veto descarado; oqué debe hacer un pueblo si con ampliasmayorías reiteradamente constatadas veimpedido su legítimo derecho al cambio.

Ay, las mayorías. Ciertamente el independentismo catalán necesita recabar másapoyos para avanzar en su causa, perodejémoslo claro: quien no está dispuesto aaceptar en el futuro la decisión democrática de una amplia mayoría, tampoco estálegitimado ahora para esgrimir tal razonamiento. Hay que ser muy cínico para argumentar que el independentismo no tienehoy apoyo suficiente, para acto seguidoreconocer sin pudor que nada cambiaríacon mayorías más amplias. Me temo quela buena gente siempre tendrá consensosmás amplios que predicar y tendrá también multitud de cínicos que les aplaudan.Me temo que para la buena gente nuncaserá el momento.