Ha sido afortunada la iniciativa delGobierno Vasco de celebrar anualmente el día de la diáspora. Muypertinentes han resultado, a su vez, las palabras del lehendakari Urkullu en la conmemoración de este año en Ispaster, recordando quelos vascos fuimos en su día acogidos y ahoradebemos acoger. Un mensaje que recobraimportancia en estos tiempos en los que lasposturas extremas contrarias a los brazosabiertos ganan fuerza día a día.

Tengo para mí, sin embargo, que ha devenidoexcesivamente idealizada la manera en la quefue en su día acogida nuestra gente enmuchos rincones del mundo. Se reconocendificultades, pero sin más. Cuentan los hermanos John y Mark Bieter en su historia de losvascos de Idaho, cómo estos fueron considerados “marginados, tarambanas y furtivos pocofiables”. También que eran acusados de ahorrar dinero solo para mandarlo al extranjero,de destruir las tierras y de acosar a unos americanos que insistentemente pedían la adopción de medidas contra los recién llegados.Son solo unos ejemplos que nos acercan mása la realidad que la versión edulcorada quecon el paso del tiempo se va imponiendo.

El matiz no resta valor al discurso de unlehendakari empeñado en trasladar a la ciudadanía ese mensaje tan necesario. Su reciente visita al Vaticano con esta cuestión en laagenda representa una muestra más del citado tesón. Resulta además que las palabras dellehendakari el domingo en Ispaster fueronretransmitidas por streaming a muchasEuskal Etxeak del mundo. Cabe esperar queno pocos de sus lejanos oyentes las tengan encuenta.

Y es que nuestra diáspora está muy nutrida degentes cuyo pensamiento acerca de la migración lo expresan aquí dirigentes y partidospolíticos que no tenemos precisamente en altaestima. Un pensamiento radical que nosentristece mucho cada vez que nos lo manifiestan descendientes de aquellos vascos acogidos en tierras lejanas. Es una verdad incómoda que ninguna ikurriña, ninguna partida demus, ningún aurresku puede ni debe ocultar.