Biarritz, bella localidad de Euskadi Norte o del País Vasco francés, como usted quiera o sienta, acogió hace un par de semanas la Cumbre del G-7 donde los mandatarios de los siete países más avanzados económicamente del planeta (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) y que representan más del 64% de la riqueza global, se reunieron en torno a una mesa para, coloquialmente hablando, repartirse el pastel mundial.

Parece, según he podido leer, que se arrejuntan para analizar la situación actual mundial y los diferentes escenarios que se vislumbran para el futuro más cercano y posteriormente, por aquello de que el roce hace el cariño, se prometen fidelidad y apoyo mutuo en todas aquellas medidas encaminadas al logro de las conclusiones adoptadas previamente en dichas cumbres que, finalmente, materializarán a través de sus peones en foros y entidades mundiales como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el FMI o la OMC.

Como se podrán imaginar, a pesar de la importancia de los temas tratados en dichas reuniones, las discusiones del G-7 ni son abiertas ni existe acceso público ni a documentos previos ni finales por lo que, por expreso deseo de los convocados, la única información que nos llega al común de los mortales es la grandilocuente declaración final que, paradójicamente, no va más allá de una simple nota de prensa.

Pues bien, los preparativos previos a la cumbre y las medidas de seguridad adoptadas durante los días de su celebración han sumido en el caos a la población local y la afección, tanto a locales como a los miles de turistas presentes en la zona y a esos otros miles de ciudadanos europeos de origen magrebí y portugués que vuelven cada verano a su casa nativa, ha sido de tal magnitud que, salvo cuatro mandatarios de la corte parisina y algún que otro mayorista turístico encantado por la proyección de la ciudad, les reconozco que todo pichichi se ha cagado en lo más barrido, por lo que no me quiero ni imaginar el trabajo realizado por las brigadas encargadas de limpiar el buen nombre de la madre de Macron.

Pero más allá de estas anécdotas, me llama poderosamente la atención cómo un pequeño puñado de personas acumulan tal poder y poseen la potestad de materializar sus ideas a través de diferentes foros e instituciones mundiales que, además, serán proyectadas al conjunto de la población mundial a la que, lamentablemente, le es reservado el papel de observador.

Pues bien, el otro día, mientras sudaba la gota gorda en mi carrera matutina, me dediqué, mentalmente, a hacer un ejercicio de paralelismo o una triple pirueta ideológica, como quieran llamarlo, y me autopregunté quiénes son el G-7 de la agricultura española, o sea, quiénes son las siete personas más poderosas y/o influyentes en lo que a política agraria se refiere, más allá de los políticos al uso y de los dirigentes de las diferentes organizaciones agrarias.

Llegué a casa y tras el imprescindible desayuno y la pertinente ducha, me puse a elaborar la lista de los siete agropoderosos y esta es, con el permiso y perdón de aquellos que se sientan ofendidos al quedar excluidos de la misma, la lista resultante que paso a enumerar, no por orden de poder, sin orden ni concierto alguno: Tomás García-Azcárate, José María García Álvarez-Coque, Gustavo Duch, Eduardo Moyano, Raúl Compés, Carlos Buxadé y Jaime Izquierdo.

Repaso el listado y reparo en dos cuestiones. Primero, no me ha salido muy igualitaria al haber solo hombres y segundo, según una clasificación ideológica del listado que quiero dejar bien claro que es personal e intransferible, salvo uno, mi gran amigo Carlos, el resto creo que orbitan por la progresía o el izquierdismo que va del rosa palo al rojo más intenso.

Con respecto a la primera cuestión, la relativa a la falta de mujeres, teniendo en cuenta que el actual G-7 hasta hace bien poco, previo a la exclusión de Rusia por su posicionamiento en la cuestión de Crimea, estaba conformado por ocho miembros, o sea, era el G-8, he creído de justicia habilitar el octavo asiento a una influyente opinadora como es Lucía López Marco que difunde opinión y sabiduría a través de su blog Mallata.

Ahora bien, con respecto a la cuestión ideológica del grupo, creo que es llamativo cuando menos, la infrapresencia, cuando no ausencia, de personas-reflexionadores-opinadores-teóricos que se acerquen al hecho agrario y rural desde la derecha con una mayor querencia por la cuestión productiva, la visión empresarial y otra serie de cuestiones inherentes a una visión más apegada al terreno del centro-derecha. Los hubo, al menos en los primeros años de la democracia, con personajes como Lamo Espinosa, Ballarin, etc. Pero, pudiendo pecar por supina ignorancia, creo que en la actualidad brillan por su ausencia.

La derecha, el centroderecha en general, pienso que es más proclive a la acción, a la toma de decisiones empresariales y que por lo tanto, no considera necesaria la reflexión o teorización del hecho agrario y rural. Quizás piense alguno que bastante es con ir capeando las tormentas y vaivenes del mercado como para, además, dedicarse a reflexionar sobre el futuro de la agricultura, del consumo, de los bienes públicos inherentes a la actividad primaria (medio ambiente, salud pública, etc.).

Quizás hayan delegado la función de otear y diseñar el futuro a los directivos de las grandes empresas agroalimentarias y distribución que con sus decisiones empresariales están diseñando y condicionando, de arriba abajo, la política sectorial del país. Quizás no hayan valorado suficientemente la importancia de estos teóricos en el ámbito europeo y su influencia en cuestiones vitales como la PAC.

Visto lo visto, llego a la conclusión de que deberé seguir reflexionando sobre la cuestión. Mientras tanto, espero que a semejanza de los documentos secretos del G-7, alguien me ilumine y me muestre quiénes podrían complementar el grupo propuesto hasta consolidar, cuando menos, un G-15 que son los que, en verdad, diseñan y proyectan el futuro del campo.