El diario El País nos ofreció recientemente un editorial tan explícito ensu titular que no merece mayoresexplicaciones: Apartar a Puigdemont. Ciertamente, a nadie se le oculta que el President es el objetivo número uno de todos lospoderes facticos y cloacas del Estado, convencidos de que desactivándolo se desactivará en gran medida el independentismocatalán. Prueba de ello, lo que está sucediendo esta semana en torno a la prohibición de su candidatura a las eleccioneseuropeas. Decisión tan escandalosa quehasta el presidente y otros miembros de laJunta Electoral Central han discrepadoradicalmente de ella, por no hablar de lagran cantidad de expertos en derecho constitucional que se muestran alarmados conla medida.

Emerge paralelamente la figura de OriolJunqueras, injustamente secuestrado enuna cárcel, que el domingo pasado se alzócon una gran victoria electoral que alegró lanoche a los que en Euskadi simpatizamoscon la causa independentista catalana. Ungran líder que ha sabido reflotar su partidoy, lo que es más importante, atraer a nuevossectores hacia un movimiento otrora minoritario.

Resulta sin embargo que se antojan difícilmente compatibles los múltiples motivospor los que está siendo aupada la popularidad del dirigente de Esquerra. Y es queescuchamos de él que se dispone a dar unnuevo impulso al independentismo, perotambién que va a modularlo; que va a mantener con firmeza algunas líneas rojas, perotambién que está dispuesto a traspasarlas;que se apresta a mantener la unidad independentista, pero también a experimentaruna nueva versión de aquel lejano tripartito. Hablan bien de él sus aliados de siempre, pero también opinadores y políticosunionistas cuyo principal objetivo es cargarse al ?para ellos? malo de verdad.

No es lo mismo un elogio que una lisonja, alabanza interesada. Pocas dudas tenemos de la firmeza de Junqueras, y menos aún de la militancia de su partido, que ya en el último congreso obligó a cambiar la redacción de la ponencia política, no suficientemente explícita. Pero sería una buena señal que el desengaño de los nuevos lisonjeros se produjera cuanto antes.