Se llamaba José Gonzalez y fue verdugo hasta los 81 años. Ejecutó a 192 personas. El último fue Juan Chinchurreta en 1893 en el Mercado Central de Zaragoza ante 1.000 personas. El garrote vil nació para matar, digamos que, más limpio. Sin embargo, esta ejecución no lo fue. De hecho, supuso la jubilación forzosa de José, el verdugo. El horrible instrumento requería de una destreza y fuerza para apretar el cuello del reo que él ya no tenía. El pobre Juan no tuvo una muerte digna. Las personas allí concentradas pudieron ver que aquella muerte fue legal, pero no justa. Siento asco y creo que no seré el único por pensar que hubo un tiempo en que, con la ley en la mano, se podía matar así. Desgraciadamente, llevo más de una semana con esa sensación. Ya no hay garrote vil. Ya no se concentran personas en las plazas para jalear la muerte. Pero seguimos asistiendo a sentencias que deciden que la justicia tome forma de muerte como es el caso de Pablo Ibar. Todo indica que es inocente pero ¿y si no lo fuera?, entonces ¿tendría sentido matarlo? Un hecho violento no debería de generar más violencia. Las investigaciones hace tiempo que demostraron que la pena de muerte no consigue reducir el número de asesinatos. Canadá justamente ha confirmado lo contrario. Sé que algunos pensaréis, "si fuera tu hija la asesinada, no pensarías lo mismo". Claro que sentiría odio y, en algún momento, hasta en venganza. Así que solo pediría que los que me rodeasen en ese trance, no alimentasen esos sentimientos. No pidiesen a gritos muerte cuando yo quisiera justicia. No me expresasen su solidaridad a través de desearle lo peor al culpable. Un odio no sana con otro. Una víctima no se redime con otra. Y si la pena de muerte no la veo, tampoco las peticiones de años y años de cárcel que tanto gustan en estos tiempos. Prefiero justicia y no venganza legal.