Andar será malo para la salud
suelo ir al colegio a recoger al crío andando. A veces, muy pocas, cojo un autobús que me evita andar el kilómetro y casi medio que hay, pero si llueve mucho mucho lo cojo. Si no, voy a pie e incluso otras veces en bicicleta, para luego volver más rápido. Pero, ya digo, el 90% de los días voy andando y volvemos igual, son 15 minutos ir y 15 volver. En los dos años y pico que llevo haciendo eso he visto surgir de la nada las bicicletas eléctricas y multiplicarse por diez, y lo mismo y más recientemente esos patinetes eléctricos que, ya lo siento, hacen que me entre la risa cuando de vez en cuando veo montado en uno a tipos trajeados o ya metidos en años, ahí con las manos junticas y prietas y a toda leche por la acera como Marc Márquez. Rodeado de coches y cacharros eléctricos que ayudan a minimizar o eliminar el esfuerzo -lo que me parece muy bien-, comienzo a sentirme a días como el hombre de Neandertal, poniendo un pie y luego el otro y así miles de veces cada día. Si no están inventadas estarán cerca de ser inventadas las zapatillas que te lleven por el asfalto sin mover un músculo y quién sabe si de aquí a 5 o 6 años no vamos todos ya impulsados por el espacio levantados por tubos de aire como ya se ve en las playas. Ni idea. El tema es que estoy completamente a favor de que toda esa gente ya no vaya en coche o incluso en autobús y les aplaudo el cambio, pero a ratos me siento como el hijo de Guillermo Tell. Y es que hay mucho flipao, pero mucho. Y el que es flipao es flipao vaya en el medio de locomoción que vaya. Suelo cruzar varias cuestas en mi camino, amén de subir una bastante potente, y casi todas las semanas ves a personal -sobre todo chavales jóvenes, cierto, pero no solo- afeitando los tobillos a los peatones y si no hay hostias gordas a diario es por puro milagro. La gente lenta molestamos. Pero agradeceríamos que alguien nos proteja del exterminio.