en la tarde del miércoles detuvieron al actor Willy Toledo por haberse negado a comparecer ante el juez a cuenta de un supuesto delito de ofensa de sentimientos religiosos. Pasó la noche en la cárcel, luego declaró y quedó en libertad provisional. Parece increíble, pero esas cosas suceden todavía en España, y en el 36% de los estados, encabezados por Irán, Pakistán, Yemen, Somalia y Qatar...
El actor fue denunciado por la Asociación Española de Abogados Cristianos por haber escrito, perdón por reproducir aquí sus palabras: “Yo me cago en Dios. Y me sobra mierda para cagarme en el dogma de la santidad y virginidad de la Virgen María”. No me gustan las expresiones. Hieren mis oídos, e incluso mis sentimientos más profundos, ultrajan de alguna forma lo que es para mí lo más sagrado: “Dios”. Y conste que no llamo “Dios” a un personaje de lo alto, sino al puro Ser sagrado (es decir, “real”), bueno y creador de todo cuanto es. Ultrajarlo sería ultrajar el profundo misterio que nos hace ser, vivir, sentir abiertos al infinito. Sería injuriarse. Que nadie se injurie, se hiera, se niegue.
No me importan mucho los dogmas en cuanto fórmulas trasnochadas, ni creo en que María de Nazaret fuera físicamente virgen ni que el ser virgen sea más “santo” o divino, a saber, simplemente más humano, que el no serlo, pero honro y amo a la mujer profética que parió con dolor y crió como mejor pudo al profeta Jesús (y, por cierto, a otros cuatro hijos y a más de una hija, según el evangelio de Marcos). Me disgusta que alguien ofenda la Vida y la memoria de sus mejores testigos, religiosos o no.
Pero me disgusta más todavía que el Código Penal imponga castigos a quienes “para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican” (art. 525). Bien es verdad que la misma pena se impone a continuación a quienes hagan públicamente escarnio “de quienes no profesan religión o creencia alguna”. El segundo apartado atenúa al primero, pero no lo justifica. Si quisiéramos aplicar ambos con rigor, nunca nos faltaría algún motivo por el que sentirnos ofendidos y ser acusados de ofensores, algún supuesto delito por el que denunciar y por el que ser denunciados. Sería una sociedad intolerante, estrecha de ánimo o de aliento vital. Sería invivible.
“La vida sería mejor sin los fundamentalistas católicos”, ha declarado Willy Toledo tras salir de la cárcel. Tiene razón. Pero sepa que Jesús de Nazaret estaría de su lado, y también su madre María y su padre José. El Aliento de la Vida está con él. La vida sería mejor sin fundamentalistas de ninguna religión, ideología o patria.
Y los miembros de una religión debieran ser los primeros en dar ejemplo de tolerancia, y en reclamar que desaparezca del Código Penal el delito de ofensa de sentimientos religiosos, si es que realmente su religión está inspirada por lo que dicen: la confianza, la bondad, la grandeza de ánimo. Si no viven su religión inspirados por esas actitudes magnánimas, son los primeros que hacen escarnio de su propia religión.
Todo esto vale por igual para católicos y musulmanes y todas las “religiones laicas” que dan culto a sus constituciones, banderas y fronteras. Entre nosotros vale en especial para la Iglesia católica, por el poder que detenta. Sería una Iglesia mejor si animara a sus creyentes a no sentirse ofendidos por ningún escarnio contra ella o sus creencias y ritos; si no amparara denuncias judiciales de ninguna Asociación de Abogados Cristianos ni de nadie por declaraciones o gestos ofensivos contra sentimientos supuestamente religiosos; si no permitiera que en sus cadenas de radio y en sus canales de TV se profieran tantas ofensas como se profieren contra inmigrantes, increyentes, “laicistas” y políticos de izquierda; si declarara que a oídos cristianos debe resultar más hiriente escuchar “me c. en la p.” que “me c. en Dios”; si enseñara que Dios no es un Señor soberano que se ofenda o deje de ofenderse, sino el Aliento que enaltece la vida. La Iglesia católica, como toda religión, será mejor solo en la medida en que contribuya a que la vida sea mejor para todos. Así sea.