La crisis interna del Gobierno alemán a cuenta de la inmigración de tercermundistas tiene mucho más calado de lo que permiten suponer los increíbles aspavientos del ministro federal de Interior, Horst Seehofer.

Las discrepancias de ese ministro y su partido, la Unión Socialcristiana (CSU) de Baviera, con la canciller Ángela Merkel por la política a seguir con el alud de “emigrantes del hambre” adquirieron ribetes saineteros el pasado día 1. En ocho horas escasas, Seehofer presentó y retiró una doble dimisión -como ministro federal y como presidente de la CSU- por incompatibilidad total con la política de Merkel. Y por si eso fuera poco, el presidente del Estado de Baviera -Söder-, quien siempre había criticado acerbamente la política de puertas abiertas de Merkel, declaraba ese mismo día su identificación política absoluta con las decisiones de la canciller alemana y los países de la UE que la apoyan.

La explicación de la pataleta de Seehofer hay que buscarla en el carácter de este hombre. Ambicioso a más no poder, con una sorprendente falta de flexibilidad en un político, y escaso don de gentes, Seehofer lleva muchos lustros medrando en las alturas de la política alemana sin mayores méritos que el peso del partido bávaro en la coalición centrista. Y justamente ahora, en vísperas de los comicios de Baviera, ve como su importancia en la CSU corre peligro de mermarse enormemente, triturada entre sus enfrentamientos con Söder, a nivel federado, y con la Merkel, a nivel federal.

Pero todo esto es el aspecto epidérmico de una crisis con más ribetes de ridícula que de grave. Lo realmente grave y lo que explica también la crisis de 1972, cuando la CSU estuvo a un paso de romper la coalición parlamentaria con la CDU (Unión Cristianodemócrata), es la discrepancia ideológica. La CDU nació y ejerció siempre de partido centrista; mejor dicho : pluricentrista. Pretendía acoger en su seno todas las opciones políticas con esa querencia. La CSU ha sido y es ante todo un partido localista (aspira a identificarse con Baviera) y claramente conservador.

Desde la creación de la RFA, ambos partidos pactaron formar una alianza parlamentaria con exclusividad territorial: ni la CSU saldría fuera de Baviera, ni la CDU haría acto de presencia política en ese Estado federado.

Pero eso era lo práctico. Lo ideológico quedaba en sobrentendidos y esperanzas de coincidencias por sentido común. Y ya se sabe que en política el sentido común sucumbe siempre a las ambiciones desbocadas.

Tanto en 1972, con Helmut Kohl al frente del Gobierno federal y la CDU y FJ Strauss dominando la CSU, como ahora con la Merkel, la opción centrista ha sido mal acogida por el electorado. Las circunstancias eran distintas en ambos bajones electorales, pero en ambos ha surgido la misma reacción: un fuerte empuje del conservadurismo más acusado al amparo de la CSU y una deriva del Gobierno federal debilitado hacia un gestionar de la cosa pública con bien poca carga política. Y, además, en ambos casos la debilidad del canciller de turno permitió que se desbocase la ambición de unos egocéntricos mayúsculos, F J. Strauss y H. Seehofer, respectivamente. Y en ambos casos el sentido común acabó derrotando al egocentrismo.