el reciente debate en el Parlamento español acerca de la derogación de la prisión permanente revisable representa el anti ejemplo de la verdadera política, al menos en lo que afecta a grupos parlamentarios como los del PP y Ciudadanos, y con los socialistas más preocupados por la necesidad de justificarse ante las víctimas que de esgrimir argumentos en defensa de su postura favorable a la derogación de la medida punitiva. Lo preocupante es que ese debate no representa un hecho aislado sino que revela una forma hacer política muy alejada de la responsabilidad y muy cercana a la pura demagogia.
La técnica retórica enseña a exponer opiniones en las que coinciden la mayor parte de los agentes implicados en la gobernanza y tiende a obtener consensos. Cosa distinta es la credibilidad de ese discurso, porque estos neologismos, estos vocablos posmodernos esconden demasiadas veces más fachada que realidad. Ahora, por encima de retórica, del electoralismo, más allá del recurso a la épica vacua tan presente en el lenguaje político de hoy día, ha de apreciarse la sinceridad, la honradez, la coherencia, la ética (pública y privada), la confianza, la humildad, la constancia, la sinceridad, la disciplina, la responsabilidad, la dedicación, la capacidad de trabajar por y para el acuerdo. Estos valores no dependen tanto de siglas como de la personalidad de los políticos y políticas.
Pretender garantizar el sistema desde el inmovilismo es pura retórica. Defender que la estabilidad de un sistema político exige mantener inercias históricas, como la institución monárquica, es retórica. Promover la regeneración democrática a través del falso movimiento, es decir, agitar formalmente ciertas reformas legales para que nada cambie es también, una vez más, retórica.
Y la ciudadanía, cansada, enfadada y distanciada de la inercial, previsible y acartonada manera de hacer política tradicional reclama esferas de actuación y de decisión nunca hasta ahora exigidas. Para evitar un péndulo que rompa el equilibrio entre representatividad, democracia y poder son necesario reformas profundas en el sistema político. Regenerar supone refundar proyectos, renovar liderazgos, escuchar de verdad a la ciudadanía.
Frente a este modo tan estéril como negativo de ejercer la labor de representación política cabría reivindicar la legitimidad funcional o instrumental de la política y de sus actores: que sirvan para resolver los problemas que genera la propia política, que dejen de lado la confrontación permanente y ensanchen las vías de acuerdo. Eso sí que es trabajar sin recursos retóricos, sin la épica impostada de quienes convierten la política en farándula.
No cabe construir ningún proyecto político desde lo negativo, desde el desprecio ni desde la prepotencia. La suma de gestos vacuos y demagógicos debería dar paso a una nueva cultura democrática anclada en el diálogo y la negociación, por responsabilidad y por liderazgo social, necesario para solventar problemas estructurales como el de las pensiones o el de la distribución territorial del poder político en España, por citar solo dos ejemplos de viejos problemas sin solución.
En un sugerente blog (El derecho y el revés) se debatía y reflexionaba recientemente acerca de la tesis del riesgo frente a la intransigencia. Y si se analiza todo lo acontecido en “cuestiones de Estado” desde la transición de la dictadura a la democracia puede comprobarse cómo esa tesis del riesgo se ha impuesto siempre que se ha querido atenazar a la ciudadanía bajo el miedo al cambio, apelando al coste de inseguridad y desequilibrio que una reforma profunda del sistema podría representar. Debido a ello, por ejemplo, dos instituciones complementarias y legitimadoras de la democracia representativa como son la iniciativa legislativa popular y el referéndum fueron vistas con desconfianza y reguladas con cicatería democrática.
La teoría política moderna nació gracias a Maquiavelo, para quien ya en el siglo XVI, cuando escribió El Príncipe, el arte de la política se reducía a una única cosa: conquistar el poder. Esto siempre se cita, pero también separó política y moral; y frente a la “virtud” del político hipócrita, hábil en la mentira y en la negación que Maquiavelo ensalzaba, me permito reivindicar ahora un nuevo pacto entre sociedad y clase política basada en la sinceridad, en ir de frente. Seré ingenuo, pero creo que es el momento de que este tipo de políticos y políticas estén en el Gobierno o en la oposición.