Siento un gran pesar al escribirte, además de una enorme pena. Perdón, Ekai, por haber llegado tan tarde. Nadie llegamos a tiempo, salvo Chrysallis Euskal Herria, Asociación de Familias de menores transexuales, que siempre te apoyó y acompañó, cuando nosotros nos quedamos atrás. ¡Gracias, Chrysallis, por existir y estar ahí tan humanamente, derribando fronteras, acompañando la vida en todos sus colores!
Gracias también a los profesores y compañeros de tu Instituto que desde el primer día te acogieron como eras y que siempre te llamaron así, Ekai, tu bello nombre de chico. Pero solo tú sabes, a pesar de ellos, cuántas situaciones embarazosas y humillantes se mantienen, y serán inevitables mientras persistan las mentes y no cambien las normas.
Llegamos muy tarde. Tal vez te precipitaste. ¡Ojalá hubieses esperado un poco más todavía, solo un poco más! Y podrías haber seguido siendo tú, libre contra todos los prejuicios, y podrías haber desarrollado tu alma de artista en cuentos, dibujo, danza e idiomas. Pero ¿quién puede reprochar algo a quien se ha quitado la vida porque ya no podía más, porque ha llegado al límite de sus fuerzas adolescentes, porque no reconocía ni podía soportar en el espejo un desarrollo físico que te turbaba y desesperaba en la edad más difícil? En el fondo fue porque nosotros, la sociedad entera, no llegamos a tiempo.
No llegó a tiempo, por lo que fuere, el tratamiento hormonal de la Unidad de Género del Hospital de Cruces que te hubiese permitido seguir siendo tú. Quedan tantas trabas todavía, tantos informes y trámites fríos. Empezando por la edad mínima -16 años-, exageradamente tardía, que según el Protocolo de Osakidetza se requiere para el inicio de un tratamiento hormonal en transexuales menores. Como si a los 16 años se pudiera reconducir un desarrollo físico que empieza muchos años antes.
No llegó a tiempo el Parlamento Vasco, que nos representa a todos, y cuya ley de “no discriminación por motivos de identidad de género y de reconocimiento de las personas transexuales”, de 2012, se ha quedado muy desfasada, principalmente en los protocolos y normas que prevé para los sectores educativo y sanitario. Sobran los análisis e informes psiquiátricos. No padecéis ningún trastorno, sino el que la sociedad os provoca. Sobran sobre todo, y matan, nuestras ideas preconcebidas en torno a la identidad de género, nuestros prejuicios, nuestra transfobia tan arraigada, que se traduce en tantas bromas, juicios y palabras hirientes. Perdón, Ekai.
No ha llegado a tiempo, una vez más, la primera que debiera haber estado ahí: la Iglesia de Jesús, aquel profeta libre, invertidor de valores, infractor de tantas convenciones. Y no es solo que la Iglesia no haya llegado, es que ni siquiera se ha puesto en camino, anclada como está en un pasado remoto, sumida en fobias y tabúes ancestrales ligadas al sexo, enfrascada en su patética lucha contra lo que llaman “ideología del género”. Perdónales, Ekai, porque no saben lo que hacen.
Tus padres no necesitaron llegar, porque siempre estuvieron contigo, cuando les nació una preciosa hija y cuando tú, desde muy pronto, les hiciste ver que te sentías y eras en realidad un hijo. Igual que lo habían hecho hasta entonces, siguieron engendrando y cuidando tu ser verdadero, tan orgullosos de ti y admirándote tanto. En la terrible mañana del 15 de febrero, cuando te encontraron en tu habitación muerto a tus tan prometedores 16 años, sus aguas se rompieron y sus entrañas se desgarraron de nuevo. Estoy seguro de que su dolor y su duelo se encontrarán con los tuyos, el amor y la admiración que te tenían consolarán su memoria y te harán renacer, renaceréis juntos. Y seguiréis aspirando y espirando juntos, en vuestra querida Ondarroa, los olores del puerto, el aire del mar, la música inconfundible de su euskera. El alma de la Vida que no puede morir porque es en todo. Tú también, Ekai, ya eres en Todo, aunque nuestros ojos no te ven ni te tocan nuestras manos, porque no somos del todo.
Lloramos tu muerte, Ekai, pero celebramos tu vida. Y te prometemos que haremos nuestra tu causa, la que te ha hecho morir y te sigue haciendo vivir, para que seas, como tú mismo decías, “el último samurái que caiga en la lucha”.