Los daños colaterales de los concursantes de OT no se van ir de la noche a la mañana. Un día a Alfred lo acribillan por nacionalista, otro se apropian de Amaia para que tire el chupinazo y ayer aborrecían a Aitana por ir al ayuntamiento de su pueblo Sant Climent de Llobregat tocada de jersey amarillo del que interpretaron que era un apoyo evidente a la independencia de Catalunya. Si uno tiene dificultades a la hora de ponerse una prenda por su color, lo de José María García en la entrevista de Jordi Évole pasará a la historia como el sinónimo hispano de garganta profunda. García insinuaba como si tal cosa que un amigo suyo -un tipo que empieza por Villar y que termina por Mir- había pasado por caja para comprar políticos que le ofrecieran adjudicaciones para su empresa, que contaba con 30.000 trabajadores. Una aseveración que nos dejó a todos con la impresión de que este país no tiene arreglo y que aquella confirmación era el enésimo ejemplo de que se puede rebasar el colmo de la impunidad y no pasa nada. Más vale que el juez, Manuel García Castellón, estuvo rápido y citó ayer al experiodista radiofónico. Lo contrario hubiera sido un escándalo ya que el caso Lezo tiene una pieza independiente en el que se habla de que la empresa de un tal Villar cuyo apellido acaba en Mir es OHL y en 2007 recibió un pelotazo en forma de obra para hacer el tramo de Móstoles a Navalcarnero pero que, mira tú qué mala suerte, esa obra no se llegó a realizar nunca jamás. Que José María García aparezca desde la ultratumba para decir con toda tranquilidad los casos de corrupción de sus amiguetes puede ser una forma de venganza. O puede que en el fondo este hombre esté apartado de los medios por su incontinencia. Si en diez minutos de entrevista es capaz de poner patas arriba al PP, a Juan Carlos y dar información de primera mano de un caso que lleva una década investigándose, la pregunta es: ¿por qué nadie quiere ficharlo?
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