tras la visita del lehendakari a Bruselas, uno de los aspectos que más ha llamado la atención acerca del modelo vasco de sociedad al dirigente europeo Juncker ha sido el sistema vasco de protección social y, de hecho, ha solicitado un informe exhaustivo para conocer de cerca su funcionamiento y analizar la posible extrapolación a nivel europeo de ciertas características del mismo. Con frecuencia valoramos de verdad lo que tenemos solo cuando lo perdemos. Con Europa, con nuestro proyecto de vida social en común europeo pasa algo parecido; todo el mundo lo criticamos, seguramente con razón, pero pocas veces nos acordamos de señalar que, con sus muchos defectos e insuficiencias, es, sin duda, el mejor antídoto frente a populismos como el que representa Trump, que simboliza con su insolidaridad y su prepotencia la deriva de un sistema político que deja abandonadas a las personas a su suerte.

Con la reforma de la RGI suscita ahora un intenso debate y no debemos olvidar que la dura crisis que hemos soportado como sociedad y cuyos efectos todavía perviven tuvo su más dramático exponente en la vertiente social, mostrando el empobrecimiento y las dificultades vitales de personas y familias que no alcanzan a vislumbrar un futuro con empleo y modos de vida dignos. Por ello, hay que situar en el centro del debate la cuestión relativa al alcance y extensión de la denominada Europa Social.

En la actualidad no existe un auténtico modelo social europeo sino varios modelos nacionales en el marco de la UE, con criterios o características heterogéneas. ¿Por qué no armonizarlos sobre la base de dos principios básicos, los de solidaridad y justicia social? Tenemos ya una insuficiente unión económica y monetaria. ¿Para cuándo una Europa social que permita vertebrar la sociedad europea?

Las bases sobre las que asentar los elementos troncales del modelo social europeo han de ser la creación de empleo estable, la garantía de un sistema público de pensiones viable, la atención a los desempleados mediante apoyo directo y medidas de formación, la integración de la inmigración, articulando sistemas de protección a los trabajadores, un conjunto básico de normas tuitivas, protectoras del Derecho Laboral, sistemas de seguridad social y estructuras de concertación social armonizadas.

Debemos estar unidos dentro de la diversidad para salir así reforzados por el sentimiento de defensa de un modelo social europeo que ponga a las personas, a los ciudadanos, y no a los mercados, en el centro de sus decisiones y de sus preocupaciones como proyecto político.

Crear esa Europa Social del futuro pasa por la desburocratización y democratización de la misma y por lograr una mayor eficiencia de los recursos, ya que el incremento del gasto social sin más no es suficiente. Democracia y Estado social se interaccionan permanentemente, y dependen uno del otro. Es preciso que esta añorada Europa Social deje de ser lo que tradicionalmente ha sido: el pariente pobre de la construcción europea.

La Europa Social camina por detrás de la Europa del mercado. No existe todavía hoy una competencia directa a favor de la UE en materia de protección social. El escenario normativo-institucional idóneo sería aquel que lograra coordinar de manera eficaz y democrática las políticas económicas, las presupuestarias, las sociales y las de empleo de los Estados miembros, situando la moneda única como instrumento al servicio de una auténtica estrategia de desarrollo sostenible y profundización del modelo social europeo.

El logro de tal objetivo requiere que la política social y la política de empleo se sitúen en la Unión al mismo nivel que la política económica, es decir, como de interés común, siendo gestionadas como un conjunto integrado.

¿Qué nos falta? Impulso y liderazgo político para materializar una Europa que ilusione a sus ciudadanos. Ante la crisis y el desconcierto institucional cabe reclamar sin duda, más Europa, pero con una mayor profundización en los valores del modelo europeo de sociedad. El reto merece la pena.