Funciona un dicho en el mundo de los negocios que dice que lo que funciona no hay que cambiarlo y los de Mediaset siguen al pie de la letra esta máxima que les da audiencia y dinero. Por ello han puesto en marcha la emisión de una nueva edición de La voz, talent show, que lleva la música a la pantalla y arrastra a públicos millonarios en pos del descubrimiento de una voz, un cantante, un estilo. Por lo visto en la noche del miércoles, nada ha cambiado en la dinámica y desarrollo de un producto largo, casi cuatro horas, grabado en su integridad y cortado a cuchillo cuando hay que insertar la publi, por necesidades del guion, que es el maná que todo lo alimenta y condiciona.
El esquema se repite, con cuatro coaches en acción, sentados en sillas giratorias que amenazan con descacharrarse a la primera de cambio y en las que se sientan Malú, Melendi, Carrasco y Sanz, una baraja de ases de la canción que se encargarán del aprendizaje y mejora de las voces que han seleccionado mediante el botón mágico que todos acarician pero no siempre aprietan.
El programa intercala actuaciones estelares como la de Paul, pamplonés que deslumbró a los entrenadores por su singularidad, clase y estilo propio con una voz peculiar y sentido de la música, autodidacta, compositor y cantante. Será una de las figuras de la pelea por el triunfo en esta edición. El desfile emocionado de participantes y familiares es aprovechado para explotar besos, abrazos, temblores, frustraciones y penas al más puro estilo Tele 5, con un Jesús Vázquez, en la sombra en los primeros programas de audiciones a ciegas. Por cierto, sensacional la actuación de Cristina y su demostración de canto a capela, ejercicio de amalgamiento de la voz con ayuda de un amplificador electrónico. Sorpresa y maravilla bien entrada la noche.