la voluntad de la ciudadanía, que no es otra cosa que los votos emitidos y también los no emitidos, ha dejado de nuevo en evidencia la incapacidad crónica de los políticos españoles para ejercer su oficio, quedando su reputación hecha unos zorros. Para una vez que, desde el franquismo, se ven obligados a pactar para resolver el problema de la gobernabilidad renunciando al mangoneo de la mayoría absoluta, para una vez que el resultado de las elecciones, vuelta y vuelta, les obliga a negociar, quieras que no, para llegar al poder, ahí andan perdidos, atascados, aferrados como lapas a sus vetos y a sus puñeteras líneas rojas.
Ya es lamentable que la primera vez que la irrupción de dos nuevos partidos ha desequilibrado el bipartidismo, quede tan en evidencia que los políticos españoles no tienen ni idea de pactar. Quizá nunca lo han sabido, y a lo único que han llegado ha sido a repartirse el pastel entre dos, ahora tú, luego yo, intercambiándose vicios, privilegios y prebendas. Y así, tan ricamente, han cabalgado Cánovas y Sagasta, PP y PSOE, y tiro porque me toca.
Pero lo peor no es este alternativo quítate tú para ponerme yo, esta satrapía compartida en sucesivas legislaturas de compadreo. Lo peor es que los nuevos aspirantes han llegado también con sus líneas rojas, sus vetos, sus intransigencias y sus insolencias de advenedizos. “No pasarán”, proclaman tapándose las narices mientras escuchan el discurso previsible de los viejos corruptos. “No pasarán”, compiten en patrioterismo mientras ponen pie en pared contra los que quieren romper España. Yo con estos no hablo, yo ni un paso atrás, yo a lo mío no renuncio? Y aún tienen el cinismo de culparse los unos a los otros del atasco, sin aceptar que no hay otra solución que pactar.
El caso es que en este atasco no hay otra salida que el pacto, la negociación política, que es un proceso de comunicación destinado a anticipar, frenar y resolver las dificultades y las discrepancias, de modo que las partes con algunos intereses comunes y algunos opuestos puedan llegar a soluciones mutuamente aceptables. Esto, que no es otra cosa que puro sentido común, requiere una voluntad de renunciar, de ceder, de transigir, que ni por el forro se han adivinado en estos nueve meses de Gobierno vacante, nueve meses y lo que te rondaré de ridículo y de cachondeo.
La absoluta inmadurez de estos políticos les impide reconocer que en una sociedad plural como la resultante de la aritmética electoral no puede imponerse gobernar en una única dirección, que no es posible la aplicación de un único programa electoral avasallando a eventuales socios, que la única hoja de ruta posible es poner en común las propuestas de cada uno, comprobar las coincidencias y las discrepancias para ir avanzando en lo que pudiera responder a intereses comunes y abriendo la voluntad de ceder y renunciar cuando se entra en terreno conflictivo.
La tentación del maximalismo, la obstinación del todo o nada, el desafío de quién la tiene más larga, la mirada timorata al qué dirán las bases -que casi nunca dicen nada-, el orgullo de retractarse de lo que se dijo por bocazas, el pánico a perder puntos en el escalafón del partido, todo ello ha dado como resultado una recua de políticos estreñidos, que confunden negociación con regateo, pacto con engaño y acuerdo con chollo. Y el poder, ah, el poder, que quien lo ostenta se niega a ceder siquiera una parte, y quien lo pretende se abre espacio a codazos para arrebatarlo.
No puede entenderse que políticos profesionales -porque lo son de profesión, y de ello viven- desconozcan que para salir del atolladero en el que se han metido no tienen más remedio que pactar. Y pactar es ceder, es dejar pelos en la gatera, es intercambiar valores, es lograr un entendimiento básico que no solamente consiga un acuerdo común, sino también un trueque de valores que vaya más allá de un beneficio coyuntural y permita un recorrido duradero. Ya sea bilateral o multilateral, según las posibilidades que en este caso parecen abiertas.
Esto, y no otra cosa, es lo que se espera de unos políticos decentes. Y según se va comprobando, parece que no se enteran o no se quieren enterar. Aquí no cede ni dios, porque en su vida han conjugado con honradez el verbo ceder, porque para ellos ceder es perder. Y así les va. Y así nos va.