más pronto que tarde, los avances científicos nos obligarán a repensar casi todo lo que la filosofía y la teología nos han enseñado y que en buena medida seguimos pensando acerca del ser humano y de su “singularidad”: su autoconciencia y libertad, su razón y corazón, su mente o espíritu. ¿Somos tan singulares?

Las neurociencias demuestran que todo lo que llamamos “humano” depende de las neuronas, que son células, que son moléculas, que son átomos organizados. Y todos los animales, salvo las esponjas, poseemos neuronas, en grados diversos de complejidad organizativa. A cerebros más complejos, capacidades más altas. Cierto, la mente y los factores sociales que la condicionan contribuyen también a modelar el cerebro. Pero la mente o el “espíritu” no pueden existir sin la biología, ni ésta sin química. Dependemos de las neuronas para reír y llorar, pensar y hablar, recordar y proyectar, confiar y temer, amar y odiar, ser fieles o infieles, valientes o cobardes. Y para creer y orar, amar e imaginar a Dios para bien o para mal. Nos diferenciamos de las lombrices por el número de neuronas y de conexiones neuronales. Somos más que neuronas, pero siempre por medio de las neuronas, y de los átomos y las moléculas que las forman.

Hay más. Las neurociencias no solo estudian el cerebro, sino que abren caminos para cambiarlo profundamente. Lo que ayer era insospechable es hoy realidad. Lo que hoy solo se empieza a barruntar, e infinitamente más, algún día será realidad. Que sea para bien o para mal, he ahí la cuestión. Pero será. Hace tres meses, 20 años después de que un ordenador venciera al mejor jugador de ajedrez de la época, Gary Kasparov, el programa AlphaGo de Google ganó por 4 a 1 uno al surcoreano Lee Sedol, el mejor jugador mundial de go, una especie de ajedrez oriental más complicado. La capacidad del ordenador aumentará sin medida, mientras que la del cerebro humano? bueno, sí, también la capacidad de nuestro cerebro podrá aumentar gracias, por ejemplo, a implantes de nanorobots invisibles. Nuestro cerebro de por sí es portentoso, con sus 100.000 millones de neuronas y 500 billones de conexiones entre ellas. Pero podrá ser o podremos hacerlo mucho más capaz, y entonces? ¿seremos aún humanos? Cuando Nicholas Negroponte, hace 30 años, predijo libros electrónicos y videoconferencias, nadie le creyó; hace unos meses anunció que podremos aprender idiomas con solo tomar una pastilla, que instalará un nanochip en nuestro cerebro. Así será con todo.

¿Con todo? ¿También con nuestras cualidades “espirituales”: conciencia, libertad, inteligencia, amor? ¿Y por qué no? Todas las funciones que llamamos “espirituales”, insisto, emergen de lo que llamamos materia: de menos surge más, gracias a relaciones u organizaciones más complejas. Pero es ingenuo -y sería descorazonador- pensar que, con nuestra especie humana, la evolución ha llegado al máximo grado de capacidad cerebral o neuronal. ¿Qué nos permite pensar, además, que no puedan existir ya en algún lugar de este o de otros universos otros seres más espirituales” que nuestra especie sapiens? En cualquier caso, la evolución prosigue, con la peculiaridad de que la especie humana se ha convertido ahora en el factor decisivo de su propia evolución y de la evolución de la vida en general en todo el planeta. ¿Hasta dónde llegaremos? ¿Será para bien del ser humano y de la comunidad de los vivientes?

No habrá esperanza para nuestra especie y para todas las especies que dependen cada vez más de nosotros, mientras no superemos nuestro actual nivel “espiritual”, de conciencia y libertad. Y no lo logramos solo con las ciencias, pero tampoco sin ellas. Ciencia, educación, política, espiritualidad? todo nos hará falta para ser más sabios.

Solo seremos sabios cuando seamos humildes, cuando nos sepamos tierra, humus, misteriosa “materia” dotada de movimiento y relación y gracias a ello de infinita creatividad, de posibilidad de ser más, de misterioso “espíritu” emergiendo de la materia. Seremos sabios cuando queramos y podamos ser de verdad hermanas, hermanos de todos los seres. Y es posible que para eso tengamos que dejar de ser esta especie que hoy llamamos muy impropiamente homo sapiens.