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Democracia, incertidumbre, conflicto

tras las elecciones del 20-D cabe extraer algunas conclusiones de estas dos primeras semanas presididas por una efervescencia política que ha conducido a muchos analistas a hablar de incertezas, de incertidumbre, de ingobernabilidad y de los riesgos derivados de una falta de estabilidad política.

Las elecciones han tenido un primer y rotundo perdedor: las encuestas, que no dan una y muestran la necesidad de poner en cuestión o al menos relativizar el alcance y la fiabilidad de tal labor de prospección demoscópica ante unas nuevas empatías políticas que rompen los esquemas clásicos de lealtad a unas siglas políticas determinadas, una coyuntura presidida más por la emoción que por la reflexión, una voluntad de cambio que trastoca, en un escenario político tan atomizado, la vieja forma no solo de hacer política sino también de tratar de anticipar eventuales resultados electorales.

La política es hoy día un producto en manos de la comunicación, donde como, apuntó acertadamente Josep Ramoneda, cada vez prima más el mensaje frente al proyecto político, donde el juego entre los medios convencionales y las redes sociales generan mundos paralelos y con vida propia: el oficial, el tradicional, el clásico frente a la dimensión de los nuevos partidos que han apostado por un liderazgo mediático fuerte asentado en la combinación de lo audiovisual y la Red, Internet, que multiplica su resonancia y su presencia, adaptándose mejor que nadie al principio de que la comunicación es lo que importa.

La democracia, la verdadera democracia es siempre un juego de incertidumbres y conflictos que hay que saber diagnosticar y administrar; estamos escuchando frecuentes invocaciones a escenarios apocalípticos, llamadas a la responsabilidad y al sentido de Estado así como la tópica y previsible exigencia de altura de miras. Y todo ello no son más que reductos de una vieja forma de pensar en política, anclada en la inercia de las clásicas hegemonías ideológicas que ahora se han visto alteradas por una rebelión cívica de dimensiones tectónicas, porque ha vencido la representatividad, han emergido nuevos protagonistas que no quieren contentarse con ser estrellas fugaces sino que aspiran a ser protagonistas del nuevo juego democrático al que invitan estos resultados electorales.

¿Cuál es el mandato democrático de las urnas? El verdadero mandato se concreta en el reto para las formaciones políticas con representación parlamentaria de demostrar si hay o no verdadera voluntad de cooperación y de reconocimiento mutuo. Como indicó Richard Sennet, la cooperación es el arte de vivir en desacuerdo.

Se acabaron las mayorías absolutas, se ha superado la visión monolítica y uniforme del Estado, y si los dos grandes partidos, PSOE y PP, tuvieran verdadera visión de Estado deberían ser capaces de ser ellos los que dieran el primer paso adelante hacia la necesaria y demandada reforma constitucional que, por encima de electoralismos, logre restaurar la confianza de los ciudadanos en el sistema democrático como instrumento para la convivencia.

La crisis del sistema político en España es, en buena parte, resultado de la decrepitud y la obsolescencia de las previsiones constitucionales en toda una serie de ámbitos claves para convivir en democracia.

Si ambas formaciones tuvieran verdadero sentido del liderazgo y de la responsabilidad y dieran tal audaz paso conseguirían, por un lado, compartir una iniciativa que restaría protagonismo a los emergentes, permitiría regenerar el clima político, supondría poner de nuevo el contador a cero y anclar la convivencia en torno a nuevos consensos basados en cuatro grandes ejes: 1.-Una nueva forma de distribución territorial del poder político admitiendo la dimensión plurinacional, superando ese rancio y superado concepto de la indisoluble unidad nacional española. 2.-Reforzar la dimensión social de los derechos ciudadanos. 3.-Desarrollar con mayor valor democrático toda la dimensión de participación ciudadana, incluida una nueva regulación de las consultas y referendos. 4.-Anclar en la Constitución la dimensión europea, no asociada únicamente a la idea de recortes y austeridad.

Todo ello requiere una mayoría cualificada en ambas Cámaras que solo ambas formaciones pueden aportar y además exigiría, tras la convocatoria de un referéndum ciudadano (si lo solicita una décima parte de los diputados), la disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones. Tendríamos así un escenario en el que tras una legislatura (la surgida tras estas elecciones del

20-D) de naturaleza constituyente se iniciaría, esta vez sí, y de verdad, una nueva transición marcada por estos renovados consensos anclados en un acuerdo de convivencia de las principales formaciones políticas.

La pregunta final es obligada: ¿Hay, de verdad, cultura democrática en España como para adaptar las reglas de juego a estos nuevos escenarios, o 40 años de formal democracia solo han servido para reafirmar la esencias patrióticas de un Estado que de continuar así nunca logrará la lealtad constitucional de aquéllos a los que niega su existencia como realidad nacional dentro del mismo?

La crisis del sistema político en España es resultado de la decrepitud y la obsolescencia de las previsiones constitucionales

¿Hay, de verdad, cultura democrática en España como para adaptar las reglas de juego a estos nuevos escenarios?