Pacto antiyihadista: las lecciones del pasado
El debate sobre cómo combatir el terrorismo yihadista se ha instalado en la sociedad y en la clase política tras los atentados de París y divide a los partidarios de acciones duras, de ataque, represalias militares que prometen poner fin a la estrategia del terror sembrada por los integrantes del mal llamado Estado Islámico (la cultura del enclave es tradicional en el mundo musulmán, pero no estamos en presencia de un Estado) frente a quienes opinamos que esta supuesta demostración de fortaleza retrasa la solución del problema y lo enquista bajo la premisa del supuesto dominio militar.
El origen directo del problema radica en la invasión militar el territorio iraquí por parte de tropas aliadas comandadas por EEUU Fue un ataque frontal al derecho internacional, una unilateral y vergonzosa decisión basada en el uso de la fuerza militar para cambiar el régimen político de forma mimética a la invasión de Afganistán, que parecía recubierta de mayor legitimidad formal, pero que en realidad escondía la misma prepotencia y el mismo desprecio a la legalidad internacional.
La pregunta en ambos casos es la misma: ¿es posible una democracia sin Estado? Irak no resultó ser un país liberado, sino un país ocupado; y la absurda (por imposible) comparación entre la Francia ocupada por los nazis y la Irak sometida al dictador Sadam Hussein (ambas naciones liberadas por tropas aliadas) escondía un afán propagandístico que deja entrever estrategias de comunicación diseñadas para ocultar el escándalo de aquella ilegal e ilegítima manifestación de fuerza militar imperial.
Se nos olvida pronto que, comparados con la guerra, todos los demás problemas son secundarios: eso lo sabía muy bien Bush, y lo han puesto históricamente en práctica mandatarios dictatoriales como Galtieri en la Argentina de la Guerra de las Malvinas en 1982, siempre aderezados de propaganda patriótica, buscando el apoyo, la adhesión inquebrantable y acrítica de la población, lo cual les permite (EEUU fue un claro ejemplo) centralizar el poder, censurar la prensa e ignorar derechos fundamentales: desapariciones, torturas sistemáticas, tribunales militares y desprecio hacia las normas más básicas del Derecho.
Es una triste forma de tratar de ordenar el mundo, y que contó en el caso del Estado español con la vergonzante anuencia de toda la bancada de parlamentarios del PP en la votación sobre la decisión de invadir Irak: nunca una unanimidad acrítica fue tan contraria a los principios de la convivencia, de la paz, de la dignidad, de la libertad, valores que tan manidamente emplean solo para ciertos debates.
Desde la docencia del Derecho internacional, desde el deseo de formar ciudadanos que defiendan la civilización frente a la barbarie, desde el deseo de un Derecho internacional que tienda puentes y asiente sus bases en valores de solidaridad (uno de los motores de nuestra querida UE, ahora gripado por la crisis y la tentación estatal de autarquía y del sálvese quien pueda) y humanismo, todo ello acorde con la doctrina de Fray Francisco de Vitoria, el dominico que humanizó el Derecho internacional, el Aristóteles del derecho internacional, capaz de lograr consenso sobre la base de un discurso innovador en su época y basado en poner el acento de las relaciones internacionales en los derechos humanos y en las personas, cabe reclamar NO a la guerra.
Tal y como nos enseñó en las aulas de la facultad Gurutz Jáuregui, podríamos resumir en tres los grandes modelos geopolíticos que han gobernado o liderado el mundo a lo largo de nuestra historia: el primero de ellos estaría representado por el Imperio romano, que impuso mediante su fuerza y poderío militar su civilización, su cultura, su Derecho. Este modelo tuvo su exponente moderno en la época de los gobiernos Bush en EEUU, marcados por el unilateralismo y el desprecio a la legalidad internacional mediante la imposición de la fuerza.
El segundo modelo vino representado por el mundo fenicio: mediante el control de lo que hoy consideraríamos y llamaríamos el comercio internacional y sus redes, logró imponer su modelo, sus costumbres, su concepción. Hoy día este modelo bien podría estar representado por todo el sudeste asiático. Competir por llegar el primero en la desaforada carrera de producir más y más barato arrastra con la red pelágica de la supuesta competitividad de nuestro modelo social europeo.
Y el tercer modelo, al que debemos rendir tributo, viene representado por la Grecia clásica, la Grecia de los valores, la cuna de la moderna democracia. Ello demuestra que es posible ser líder en el mundo defendiendo valores de convivencia, de paz, de armonía social, de solidaridad, y todo ello protegiendo tuitivamente a la parte más débil y más necesitada de protección, a la población civil, resida esta en París, en Malí o en cualquier lugar del mundo.
“¿Es posible una democracia sin Estado? Irak no resultó ser un país liberado, sino un país ocupado”
“Es posible ser líder en el mundo defendiendo valores de convivencia, de paz, de armonía social, de solidaridad”