Nada es lo que parece
con este juguetón lema comenzó su carrera hace semanas el más famoso, prolífico y agotador programa de telerrealidad que se llama Gran Hermano 16 y que aguanta en pantalla con pasmosa seguridad de acertar con la audiencia millonaria, 3.000.000 de seguidores fieles y entregados a la causa de ver quién queda al final del programa, en una especie de quien se fue a Sevilla perdió su silla, pues aquí igual, quien más aguanta en las nominaciones y expulsiones, se lleva una buenísima pasta (300.000 euros), que no es moco de pavo.
A estas alturas de la peli, las eliminaciones ya han puesto fuera de combate a media docena de flojitos combatientes de la casa de Guadalix de la Sierra, donde manda el macho cabrío Suso que puede con todo y es protagonista de venturas y desventuras con el acompañamiento de la parejita Han y Aritz, que esconden algo y no acaba de desvelarse qué encierran tras sus calentamientos/ enfriamientos amorosos. Rescatar a una eliminada, Patricia, introducir en la convivencia un musculitos canario, trasladar desde México a una concursante molona y atractiva son mecanismos de una edición plagada de sorpresas y alteraciones del mecanismo habitual, en pro del éxito de público. Las apariencias engañan, como bien lo repite Mercedes Milá noche tras noche, y más en la decimosexta edición, caso insólito en la televisión mundial.
La habitual y, en ocasiones, descarnada liturgia de un programa que tiene más de diván de psiquiatra que de experimento sociológico, se desarrolla con generosidad de minutos en El debate, La gala de los jueves y los excelentes y recreados resúmenes en las cadenas temáticas de Mediaset, que sirven abundante pasto mediático cada día porque el chicle de GH puede estirarse hasta la saciedad; da mucho de sí, y Paolo Vasile lo sabe. Auguri tutti, caro padrone de la televisione.