El cine y la tele han desarrollado modos y maneras de hacer diferenciadas pero complementarias, sobre todo cuando la pequeña pantalla echa mano de producciones de cine para completar sus parrillas. La televisión de nuestros pagos está plagada de horas de programación dedicadas a la simple exhibición cinematográfica que actúa de leal compañero a la hora de echar una mano a horas de programación que son de bajo coste, por la endeble audiencia e ingresos que generan y ya se sabe que la pela es la pela.
Por ello, sobre todo las tardes de sábados, domingos y festivos se cargan con películas a troche y moche, en una ejercicio de sesión de tarde, sesión de noche, el peliculón, cine de barrio y otros títulos para poner cine en la tele. Los programadores no encuentran nada mejor que colocar títulos de serie b que empobrecen la programación, pero alivian a pequeñas productoras que han apostado por películas con actores, guionistas y directores desconocidos que con películas de bajos costes pretenden navegar en el negocio del cine orientado hacia la tele.
Las cadenas que no tengan derechos de exhibición del mundial de motos, o en tiempos los de F1, que han perdido interés por el escaso protagonismo de Alonso, que vaga como alma en pena en las pole positions del circuito internacional, se ven abocadas a colocar insulsas películas de amor, asesinatos, intriga y similares procedentes de Alemania, Francia, Italia o Estados Unidos, cortadas por un mismo patrón, que desempeñan una función pareja; y en estos casos la tele se empobrece, los comerciales cumplen sus objetivos y la audiencia se queda con María Teresa Campos, que es la única que hace tele en directo. Los de casa nos ponen un frontón en casa. Una manera de perder horas de tele, pero lo primero es salvar los trastos económicos y eso se consigue bajando la calidad de lo emitido. Así de sencillo.