Conocí y traté a Jose Mari Korta cuando peleaba por sacar adelante la empresa familiar en aquellas modestas instalaciones del barrio de Narrondo, en Zumaia, antes de haber sido elegido presidente de Adegi en 1994, cuando ni se le hubiera pasado por la cabeza que fuera objetivo prioritario de ETA. Impresionaba escuchar la firmeza, la profunda convicción con la que manifestaba su compromiso por hacer todo lo posible por conseguir la paz para el pueblo vasco, “aun a riesgo de equivocarse”. El asesinato de su amigo el chapista Ceferino Peña, “un lamentable error” según reconoció ETA, le motivó para comprometerse por el final dialogado de la violencia. Un compromiso que fue más allá de su participación en cuantas iniciativas institucionales se activaron, pues me consta que ofreció su intermediación en más de un intento de diálogo. El 8 de agosto del 2000, a las puertas de su empresa ubicada ya en el polígono Gorostiaga, una bomba reventó su coche y reventó su cuerpo. ETA se responsabilizó del crimen, pero no quedó claro si lo perpetró por su condición de empresario significado, o por no ceder al chantaje del impuesto revolucionario, o por su buena relación con el PNV, o simplemente por propagar el terror.
Un día más tarde, el 9 de agosto de ese mismo año, un cordón policial me impidió el paso al llegar a Berriozar cuando me dirigía a mi trabajo en el Diario de Noticias. Pregunté y me dijeron que habían asesinado a tiros a un militar. Francisco Casanova Vicente, subteniente del Ejército, era vecino de la localidad y trabajaba en el cercano acuartelamiento de Aizoain. Su condición de militar era, según ETA, suficiente motivo para acabar con su vida sin más explicaciones. Habían transcurrido poco más de dos años desde el último asesinato de ETA en Nafarroa, el del concejal de UPN Tomás Caballero, un hecho que conmocionó a la sociedad navarra que a partir de entonces intensificó el rechazo profundo a lo que se denominó “el mundo de ETA”.
Repasando la hemeroteca, en el pleno que siguió al atentado contra Korta, los ediles de HB, segunda fuerza municipal, optaron por no acudir para no tener que posicionarse públicamente. En el pleno de Berriozar tras el asesinato de Casanova, los concejales de EH -partido que ostentaba la Alcaldía- no aceptaron la moción de condena sin paliativos que fue mayoritaria y se limitaron en su moción alternativa a “lamentar” el hecho “relacionado con un conflicto de raíz política”. La reacción popular fue tan potente que el alcalde se vio obligado a dimitir.
Hasta aquí lo que es historia. Dura, violenta, crispada, pero nuestra historia. Han pasado quince años, y mientras la mayoría se esfuerza por pasar página, todavía se repiten algunas preocupantes ambigüedades e incluso actitudes abiertamente reaccionarias que se empeñan en mantener abierta aquella página siniestra que nos impide avanzar hacia una convivencia normalizada.
En los sucesivos homenajes que se han venido celebrando a convocatoria de la Fundación Joxe Mari Korta, hay que constatar en estos últimos años la estimable presencia de representantes institucionales y políticos de la izquierda abertzale integrados en Sortu o en EH Bildu. Sería injusto no reconocer que esta mera presencia supone para ese sector una decisión complicada que implica contradicciones internas evidentes y que venía siendo valorada positivamente por la opinión pública vasca. Quizá por ello resulta preocupante la ausencia de dirigentes de Sortu en el homenaje y más aún la decisión de EH Bildu de no suscribir la declaración de la mayoría municipal de Zumaia, que no se pudo consensuar con la coalición abertzale porque en ella se rechazaba “el silencio y las justificaciones de la barbaridad” perpetrada contra Jose Mari Korta. No es fácil, todavía, reconocer décadas de una estrategia política que defendía “todas las formas de lucha”. Hace falta todavía tiempo, más tiempo, y generosidad para reconocer errores que fueron trágicos para quienes los sufrieron en propia carne.
También a Francisco Casanova se le recuerda todos los años a convocatoria de la asociación Vecinos de Paz de Berriozar, en un homenaje hasta ahora sin más elementos que el dolor de la familia, el recuerdo sentido por su asesinato y la condena de la violencia. Este año, según asegura la presidenta del nuevo Gobierno del cambio, la asociación no le invitó al acto aunque su ausencia al mismo puede considerarse como efecto de una lamentable bisoñez. Ello no impide reconocer que si hubiera asistido Uxue Barkos se hubiera llevado los mismos improperios e insultos -o quizá más- que los que soportó la presidenta del Parlamento, Ainhoa Aznarez, arengados por un concejal de UPN reflejo de la peor macarrería de la derechona navarra radical. Un lamentable espectáculo derivado del aprovechamiento utilitario del sufrimiento ajeno, que llevan protagonizando el PP y UPN desde la convicción de que les supone réditos electorales. Insultar, acosar y humillar a una autoridad entra entre los delitos contemplados en el nuevo Código Penal de acuerdo a la Ley Mordaza. En ella, en esta mierda de ley, creen los altos cargos de UPN presentes en el homenaje, pero que ni se inmutaron ante el escrache que tuvo que soportar Ainhoa Aznarez.
Como puede verse, nada nuevo bajo el sol ni siquiera en los homenajes a los asesinados, hechos lamentables de otro tiempo pero aún no superados en el presente.