Con un punto de tópico suele decirse que el ayuntamiento es la institución más cercana al pueblo y que, por ello mismo, deberían ser elegidas para gestionarlo personas fácilmente reconocibles y apreciadas por la comunidad municipal.

En Hego Euskal Herria, dada su dimensión reducida y su proliferación de municipios, puede afirmarse aquello de que “nos conocemos todos” y en la inmensa mayoría de localidades el equipo de alcalde y concejales suele ser perfectamente controlado en sus relaciones vecinales. Arma de dos filos, porque suelen ser demasiado conocidas sus debilidades personales, sus intimidades familiares, sus intereses privados, lo que les puede afectar para la aceptación y valoración de sus decisiones.

El problema es que el sistema tradicional de representatividad basado en la competición de partidos hace muy difícil, y en las capitales o municipios con gran densidad de habitantes casi imposible, que los componentes del equipo gestor sean conocidos ni cercanos a la mayoría de la vecindad. No es habitual que las personas que componen los equipos de gobierno municipal sean lo suficientemente cercanas como para creer en ellas, y solamente llegan a la consideración general de los vecinos en caso de haberlo hecho muy bien, caso de Azkuna, o muy mal, caso de Maroto.

Teniendo en cuenta que este comentario se está escribiendo antes de haberse constituido los ayuntamientos, solo queda esperar que los resultados hayan sido los previstos, es decir, un resultado de múltiples acuerdos como consecuencia de la voluntad expresada en las urnas por la ciudadanía, que no ha querido establecer mayorías absolutas y ha reflejado más que nunca la pluralidad real de este pueblo y, en consecuencia, la obligación ineludible de pactar. Quede también mención a las sorpresas, que algunas habrá, fruto de deslealtades y marrullerías que sirven para salir del paso pero que a la larga les espera una trayectoria de dificultades y escarmientos.

En esta nueva legislatura municipal hay dos claves irrenunciables a las que los nuevos gestores deberán atenerse: la transparencia y la participación.

Los ejemplos nefastos que han enfangado la política en los últimos tiempos obligan a los representantes municipales a una estricta vigilancia para evitar la más mínima sombra de corrupción. Deben aplicarse formas de detección inmediata de enchufes, nepotismos, adjudicaciones a dedo, descontrol presupuestario, negligencias, enriquecimientos personales o turbiedades contables.

Los resultados de las elecciones del 24-M han puesto de manifiesto uno de los efectos más claros del rechazo ciudadano al autorirarismo, a la exclusión y al modelo de gobierno a base de imposición. El ejemplo de Gipuzkoa y el descalabro de EH Bildu ha sido palmario. Los nuevos equipos municipales deberán poner en valor la participación de la ciudadanía en las líneas claves del desarrollo de las ciudades. Y cuando se habla de participación, no se trata de convocar a los colectivos afines para que apoyen los proyectos ya decididos, sino de facilitar las aportaciones de agentes diversos, plurales, que colaboren a la mejora de las propuestas del Ayuntamiento.

Por supuesto que debe ser real la cercanía de los equipos municipales a la ciudadanía, y por supuesto que deben asumir la crítica directa y tener en cuenta las aportaciones que se les hagan llegar. Es una gran responsabilidad que cae sobre sus hombros, como corresponde a quienes pelean en primera línea por una convivencia mejor.

Transparencia y participación serán dos claves irrenunciables a

las que deberán atenerse los

nuevos gestores esta legislatura