Tristemente diferente
la última vez que la reina de Inglaterra acudió a una final de la FA Cup -la Copa de fútbol de Inglaterra, para entendernos- fue en 1976. Los ingleses tienen reina, pero la reina no da el nombre a la competición ni aparece si no le da la gana. La FA Cup es una competición estrictamente deportiva y allí la forma de Estado o el folklore patrio o la política no pintan nada. En Holanda o Bélgica también tienen reyes y sucede lo mismo. En Italia, en Francia, en Alemania, etc, no hay reyes ni reinas, las competiciones no se denominan para loar a una persona concreta o por su cargo o abolengo y la atención también se centra únicamente en el campo. Solo en España -al menos de entre las ligas europeas de nivel- la Copa está unida desde su creación al jefe del estado de turno, primero al rey, luego al presidente de la República, luego a su excremencia el generalísimo y, tras su muerte, de nuevo al rey. Que de vez en cuando se clasifiquen para la final equipos que históricamente cuenten entre sus seguidores, dirigentes y hasta jugadores con deseos nacionalistas y clara antipatía hacia lo que represente el folklore patrio representado en la presencia del no elegido y del himno nacional va en el pack, y si hay que aguantar que ese nombre, folklore y uso político de un hecho deportivo a veces sea contestado con pitos y abucheos, se aguanta. Lo uno por lo otro, se suele decir. Que estadistas de talla como Cospedal u otros sigan presumiendo de españolidad -qué lástima de gente, sea españolidad, catalanidad, vasquidad o lo que sea, qué lástima de gente y qué lástima que todos en sus respectivos pueblos manden tanto- aprovechando un evento deportivo y que el no elegido siga insistiendo en dar su nombre a algo que no tiene nada que ver con él son una muestra más de que este país es diferente y también peor. Ni el deporte lo dejan libre de sus enormes garras.