yolanda Barcina aterrizó en Nafarroa ya talludita, a los 31 años, desde su Burgos natal y su Portugalete adolescente. Su historial docente, primero en la Autónoma de Barcelona, en la UPV después y por último en la UPNA en 1991, le proporcionó un currículum brillante y ambicioso. Lista, muy lista, reconocen compañeros de cátedra, lo suficientemente lista como para saberse situar a partir de su vicerrectorado en la Pública navarra entre la clase dirigente de la Comunidad. Eran años de plomo, en los que UPN y las elites de la derecha extrema fortalecieron su discurso excluyente en la Comunidad Foral, un discurso que Barcina hizo suyo sin más reflexión que ir haciéndose sitio en la elite dominante.

Y Barcina triunfó. Su desparpajo, su sonrisa seductora, su actamiento cordial a las tesis navarreras de ese tiempo cautivaron a Miguel Sanz, máximo poder foral, seducido quizá por contraste. Sanz, astuto, intrigante pero montaraz y un punto aldeano, vio en Barcina una lideresa vistosa, culta y dispuesta a trepar después de darse un baño de inmersión en las tesis más cazurras de UPN: “Navarra foral y española”, “Que vienen los vascos” y “Siempre con la Obra”. Y llegó a la alcaldía de Pamplona en medio de la desconfianza de los regionalistas de toda la vida, pero ejerció con mano dura y esperó con paciencia astuta el gran salto al poder de Nafarroa sin tener ni idea de la auténtica realidad e identidad navarra. Demasiada ignorancia, demasiada osadía, demasiada arrogancia como para atreverse a trepar nada menos que a la presidencia de la Comunidad, y en ella está con las funestas consecuencias que pueden comprobarse.

Barcina optó por el camino más fácil y concentró su actividad política y sus intereses personales en un único adversario: el nacionalismo vasco, pero entendido a la manera burda de los navarreros. Y ello, con el espantajo utilitario del terrorismo al fondo. Así ha venido tirando, con la ayuda obligada del PSN más por supervivencia que por convicción, abriéndose paso a golpe de portazos y arrebatos, con un soberano desprecio a la ciudadanía navarra.

Los gobiernos de UPN ostentan el más que dudoso honor de ser los únicos en Europa y quizá en el mundo que legislan contra sus propios intereses. La fobia reiterada contra todo lo que tenga que ver con las reivindicaciones de la identidad vasca de Nafarroa está en el ADN del partido que fundara Jesús Aizpun, pero a día de hoy es probable que ni siquiera el fundador cometiera semejantes disparates. De esas reivindicaciones por la vasquidad, es quizá el euskera la que concita la respuesta más virulenta. Ni siquiera las repetidas recomendaciones del Consejo de Europa para la normalización del euskera en Nafarroa han sido atendidas por ninguno de los gobiernos de UPN, y dado el talante de Yolanda Barcina eso no va a hacerle reflexionar sobre la vergüenza que supone legislar contra su propia lengua oficial.

El euskera ha provocado la última explosión de ira de Barcina, tras revocar la oposición uno de los despropósitos de la zonificación establecida en la Ley del Vascuence en Nafarroa hace ya 28 años. Algo tan de sentido común como impedir que haya alumnos que no pueden acceder a la enseñanza en euskera por vivir a unos metros de distancia, ha sacado de sus casillas a la presidenta. Ella, por puro interés partidista, decidió vincular el euskera -lengua también oficial en Nafarroa, no lo olvidemos- con el terrorismo. Bueno, el euskera, la ikastola, la ikurriña, Euskal Herria Irratia, el bertso, el kaiku y hasta el Agur Jaunak que decía bailar Miguel Sanz. Todo es nacionalismo. Todo es ETA.

Yolanda Barcina ha vomitado todos sus demonios familiares al verse incapaz de mantener la reducción a la que la Ley del Vascuence sometía a la lingua navarrorum, ella que había presumido en Intereconomía de haber frenado la matriculación en el Modelo D. Ha montado en cólera tronando contra la posibilidad de que, si hubiera demanda, pueda enseñarse en euskera en zona no vascófona. Posibilidad, por cierto, que no es para tanto.

En su ira, arremete contra los socialistas, acusándoles de alta traición por no secundarle en lo que sigue creyendo un problema de Estado.

La aún presidenta clama contra este ataque a la institucionalidad de Nafarroa a través del idioma, contra esa ofensiva nacionalista radical que ha logrado sus objetivos gracias a la complicidad cobarde del PSN. Así lo clama, bien alto y bien claro, para que se le tenga en cuenta en los cenáculos de Génova y en las tertulias cavernarias. Que quede claro, ella, Yolanda Barcina, sigue siendo un baluarte contra ETA. Por cierto, ¿quién se acuerda ya de ETA?

A Barcina, en realidad, el euskera le trae al pairo. Ni lo habla, ni lo entiende, ni lo aprende, ni lo aprecia. Que muchos de sus votantes en Baztan, Sakana, Ultzama, Borttziri o Basaburua lo hablen es para ella irrelevante. Si de ella dependiera, y si ello le supusiera medro personal o recompensa política, no tendría ningún inconveniente en prohibirlo en Nafarroa.