A la contra El prestidigitador
soy poco de hacer rankings o soltar frases tipo "es el mejor", porque baste decir que para mi el mejor tenista de la historia ha sido Miroslav Mecir, si pienso en alguno de quien me gustaba o gustaría ver un partido. Ni Federer, ni Nadal, ni Sampras, ni Lendl, ni McEnroe. Un partido de Mecir, deslizándose como si se moviera en una escalera mecánica, sin saber si el partido ya había empezado o él seguía en el calentamiento, con esa expresión casi inerte que pareciera que ni tuviera pulso y el rival moviéndose de lado a lado con la lengua fuera y Mecir, El Gato, rematándolo con cualquier golpe inverosímil tal que se le hubiesen juntado en el cuerpo Fred Astaire, Gene Kelly y Nijinsky y él volviendo a su sitio como pensando qué pereza me ha dado hacer este tanto. Salvo un oro olímpico, no ganó ningún torneo grande. Eso es cosa de triunfadores. Pero los franceses guardaron para él el sobrenombre que mejor le definía y que explica por qué era maravilloso verle jugar a la espera de algo: el Prestidigitador. Hace unas semanas jugó el último partido con su club y mañana estará por última vez con la selección española el que para mí ha sido el máximo prestidigitador que ha dado el fútbol español en su historia: Xavi. Verle girarse sobre sí mismo con el balón pegado al pie mientras el contrario no sabe ni dónde está, levantar la cabeza y meter un pase vertical tan perfecto como imposible, también con la apariencia de que eso es lo normal, ha sido un regalo para la vista. Además, a eso le ha añadido la condición de triunfador. Si el Barcelona fue lo que fue, sencillamente el equipo que mejor ha jugado al fútbol en la historia, si España ganó lo que ganó, fue por más gente, pero hubiese sido inviable sin Xavi. El juego estaba basado en él y nacía de él. Solo tuvo un defecto: no jugar en el Real Madrid. Si llega a ser así ya estaría beatificado.