Cómprate una vida, que no la tienes
"CÓMPRATE una vida, monada" espetó la tonadillera Pantoja a una reportera del corazón, a la salida del palacio Euskalduna, de donde volvía tras el triunfal éxito ante el público vasco, que rugió de placer con las coplas de la mediática cantante, madre de todos los sufrimientos y pupas de una existencia digna de pluma acertada de dramaturgo contemporáneo, hace de esto unos días. Los paparazzi de calle tiene la obligación profesional, diseñada y decidida no sabemos por qué gerifalte iluminado del periodismo audiovisual de nuestros días de perseguir, cámara en ristre, micrófono abierto y pies veloces, a cualquier figurilla del belén del famoseo mundial. Y por estas veredas transitaba alegre pareja de periodista y cámara, cuando pillaron a la cantante exultante del amor desgarrado, circulando próxima al bilbaino palacio de espectáculos donde se produjo la escena relatada. La frase "cómprate una vida que no la tienes y deja de hurgar en la mía" pasará a los anales del cutrerío declarativo del elenco del cutrerío y la banalidad. La dueña de La Cantora está de vuelta, una vez más, en el foco informativo de quienes prestan su tiempo a este excremento televisivo y saca uñas y presenta el talante agresivo de sultana que se enamoró de un torero e hizo verdad la copla de los trágicos amores de matador y cantaora. Mujer de carácter voluble y cambiante, pasa de una amplia sonrisa de falsos dientes blanqueados a un latigazo circense y nos ofrece expresivas perlas cultivadas subida en el púlpito de la soberbia y la intolerancia cínica, sarcástica y despreciativa. Vamos, como si ella tuviera una vida para enmarcar.