Eufemismos y política: entre la hipocresía y la mentira
conocido es que la comunicación se ha convertido en pieza clave de la organización del poder político. Y que en los nuevos tiempos todo se adorna con florituras verbales para evitar llamar a las cosas por su nombre. La madurez, también en política, debería asociarse a la idea de que es imposible gobernar y adoptar decisiones sin dejar en el camino críticas y descontentos. Vivimos en la era de la hipocresía y nadie quiere asumir plenamente las consecuencias y las derivadas sociales de sus actos y decisiones. Por ello, la política (la europea, la española y la vasca) nos muestra patéticos intentos orientados a esconder tras alambicados giros explicativos las duras y muchas veces injustificadas e injustificables medidas adoptadas en el orden económico y social. Y en la vida, como en el Derecho, las cosas son lo que son, no lo que nos dicen que son.
Alguno de los ejemplos más llamativos nos deja un poso emocional que se mueve a caballo entre la indignación y la mofa. Nos bajan el salario y lo que para todos nosotros supone, ni más ni menos, perder dinero al final de cada mes, para el Gobierno Rajoy en su tecnocrático y posmoderno lenguaje viene a ser una devaluación competitiva de los salarios: así adecuamos hasta la pura terminología del ajuste al dictado literal de los organismos internacionales como el FMI o el Banco Central Europeo (BCE). Y cuando la omnipotente vicepresidenta del Gobierno central, Soraya Sáenz de Santamaría tiene que acabar explicando que sí, que habrá nuevas subidas de impuestos, recurre a una suerte de prestidigitador lingüístico y saca de la chistera el no va más en esta ruleta de estafas léxicas: la subida de impuestos pasa a ser un recargo temporal de solidaridad.
La crisis no es tal, sino una severa desaceleración, o más selectamente dicho, asistimos a un periodo de crecimiento económico negativo. ¡Toma oxímoron! ¿Cómo puede combinarse, sin caer en contradicción, la noción de crecimiento con el adjetivo negativo sin sentir que nos están engañando? Y, claro, la conclusión de todo ello es que para el lenguaje políticamente correcto los brutales recortes sociales son, pasados por el tamiz del eufemismo, meras reformas o, como mucho, ajustes.
Las quiebras de empresas (anteriores suspensiones de pagos) son ahora concursos de acreedores. Por desgracia, y le llamemos como le llamemos, esos concursos acaban la mayoría de ellos en liquidación, o sea, en pura quiebra de la empresa. Cuando tras una ejecución hipotecaria y posterior desahucio una entidad se hace con la propiedad de un piso, hablamos de activos adjudicados. Cuando una compañía aérea como Spanair deja de operar porque se queda sin fondos se alega su falta de viabilidad financiera: es decir, que nadie da un duro por ella y no logra captar inversores para seguir funcionando.
El expresidente Aznar justificó la invasión de Irak acuñando el término ataque preventivo, cuando en realidad estábamos pura y simplemente ante una vulneración de la legalidad internacional, porque ese uso brutal de la fuerza no estaba ni justificado ni amparado por los organismos internacionales. En ese mismo conflicto bélico ilegal las matanzas de civiles pasaron a ser daños colaterales, y las irregulares cárceles creadas pasaron a ser centro de detención o de confinamiento, como el infame Guantánamo. Un bombardeo pasó a ser un apoyo aéreo, y los mercenarios se convirtieron, al más puro léxico de mercado, contratistas. Comparemos estos lamentables ejemplos, que intentaron minorar el grado de barbarie de los aliados, con la histórica y directa llamada al pueblo británico por parte de Winston Churchill en su discurso ante la Cámara de los Comunes en la antesala de la Segunda Guerra Mundial: "no tengo nada que ofrecer, salvo sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. Ante nosotros tenemos muchos meses de lucha y sufrimiento". Esto sí es hablar claro, de frente a la realidad, sin subterfugios.
Hoy día la jerga financiera impregna el lenguaje político y aporta vocablos donde todo parece difuminarse como una línea más de un balance contable: la inefable ministra de empleo Fátima Báñez, a la que basta escuchar para darse cuenta que ni ella cree en lo que afirma, nos habla de movilidad exterior para referirse al éxodo forzoso de jóvenes a la busca de empleo fuera de su tierra, y el broker-ministro Luis de Guindos, que parece hablar para posgraduados en un MBA en lugar de para todos los ciudadanos, traduce el rescate bancario de 100.000 millones de euros en apoyo financiero por parte de Europa.
Estos ejemplos de moderna técnica comunicacional alejan al ciudadano de la política y aumentan la distancia entre sociedad civil y clase política. Solo cabe reclamar que al menos llamen a las cosas por su nombre. Como ciudadanos vamos empobreciéndonos poco a poco, pero sabemos leer, escuchar y comprender. No nos traten, por favor, como masa humana acrítica, capaz de aceptar gregaria y sumisamente tal cúmulo de despropósitos, porque tenemos conciencia, consciencia y memoria.