Un antiguo diputado del PP "ha incendiado la red" -¡cómo prenden algunas expresiones!- al escribir que arrancará la cabeza y meterá un hostión a cualquier perroflauta que agreda a sus hijas. Al paisanaje le ha molestado el tono iracundo y el vocabulario soez, y yo en cambio es lo que más comprendo. Por una parte, sea cual sea la razón del acoso, el ser humano tiende a proteger a su familia y sacar las uñas cuando la ve atacada. Por otra, hoy solo se golpea en el ring y se azota en el porno. En la calle se dan dos hostias, se parten las caras, se cortan los cuellos, te pego con el mechero, Sole y en ese plan. Cuenta George Steiner que estando con una francesa a esta "se le escapó un subjuntivo pluscuamperfecto" en pleno orgasmo. La realidad hiere igual por mucho que la disfracemos.
No, lo malo no es que el hombre se revuelva como un lobo ibérico en defensa de su camada ni como un español común lanzando palabrotas. Lo grave es que tanto en son de paz como de guerra el político no ha dejado de usar la expresión perroflauta para referirse a los miembros de la plataforma que lucha contra los desahucios. Y lo peligroso es que, me temo, ni siquiera la utiliza para insultar u ofender, sino a modo de definición. Sin duda queda muy feo llamar asesino a Pepe y tuercebotas a Llorente, pero esa falta de respeto sería de neuronas si encima creyéramos de verdad que uno mata por las noches y el otro convierte las Adidas en babuchas.
Apruebe o rechace los escraches, quien afirme y repita que es cosa de perroflautas está incapacitado para ejercer un cargo público. Su partido no lo debe expulsar por malhablado, sino por inútil y lunático. Claro que puestos a jibarizar y ridiculizar un problema de tal calibre, cabría responder que los perros están en el otro bando y las flautas, amigo Sancho, son hermosas porras. Qué miedo da una derecha en la que todavía, para mucha gente, cuando alguien es expulsado de la casa es porque fuma porros en Gran Hermano.