no sé qué les ocurre a algunos políticos, que cuando les toca actuar ante los militares parece como que se impresionan y no les llega la camisa al cuerpo. Y cuando asisten a un macrodesfile o a una parada militar de salón como esa anacrónica celebración de la Pascua Militar, después de comparecer ante tanta medalla, tanto fajín y tanta charretera, el político se desparrama en apologías entre el acojono y el baboseo.

Es el caso del actual ministro de Defensa, Pedro Morenés, natural de Getxo, quien tras los brindis de rigor en el Palacio Real el pasado domingo sacó la conclusión de que "los militares están preparados, mantienen el ánimo firme y sereno, sin atender a absurdas provocaciones". O sea, que nos están perdonando la vida.

Y digo yo, que para provocación la del ministro Morenés con su amenaza encubierta. Viene a decir que lo que a los militares españoles les pide el cuerpo es acabar a cañonazos con las reivindicaciones soberanistas, pero que son tan prudentes, tan templados, que se limitan a estar preparados pero sin intervenir. Léase: los tanques están engrasados y a punto, pero sin disparar. De momento. Y es que los militares españoles, aquellos condecorados generales que tanto impresionaron a Pedro Morenés, "son un ejemplo de unidad, honestidad, generosidad y valentía", así que tómese usted lo que quiera, señor ministro, el catering del festejo está a su disposición.

No están los tiempos para agasajos ni dispendios, por lo que sería interesante que se hicieran públicos los costes de desfiles, maniobras y pascuas, y la sociedad conociera qué parte de sus impuestos va a parar a darles lustre a los militares, cuánto al rancho y cuánto al canapé.

Al margen de lo episódico, es muy preocupante que la derecha española siga escondiendo en la manga la carta amenazadora del ejército para el caso de que a alguien se le ocurra largarse en colectivo de su España Una. Corren a refugiarse en el artículo 8.1 de la Constitución, apelan al toque de corneta convocando a las fuerzas armadas para atemorizar a las nacionalidades que plantean el ejercicio democrático del derecho a decidir sobre su relación con el Estado español, o su desanexión, o simplemente su autodeterminación.

Este papel de interventor, o fiador, o garante de la sacrosanta unidad española otorgado por la Constitución al Ejército, es una absurda antigualla y una vergüenza para un Estado que forma parte de la Unión Europea. Uno no se imagina al Estado Mayor del Ejército británico "preparado, manteniendo el ánimo firme y sereno, sin atender a las absurdas provocaciones" del Parlamento escocés. No han existido, y si se han dado no se conocen, declaraciones de militares británicos de alta graduación llamando a la intervención del Ejército en Escocia.

La Asociación de Militares Españoles (AME), estremecida por el supuesto desafío soberanista catalán, hizo pública una nota en la que la expresión refrendada en las urnas de la mayoría de la sociedad catalana era calificada como "la frontera última de lo que no se puede traspasar y que pudiera terminar en un conflicto civil entre españoles que resultara en la desintegración de España, dando lugar a una situación que deviniera, de modo lamentable pero necesariamente irreversible, en el cumplimiento de la misión que la Constitución española, basada en la soberanía nacional -que reside en el pueblo español y en el Parlamento Nacional, no se olvide- asigna a los Ejércitos". Muy barroco, muy abigarrado todo ello, pero tan amenazador que evoca golpismo, arrogancia y tejerazo.

La provocación del ministro Morenés, trufada de chulería y servilismo, devuelve a primera página el ruido de sables por si alguien se había creído que este era el país de la modernidad. Quietos, al suelo todo el mundo, que aquí siguen mandando los de siempre. Lo malo es que el ministro se lo cree, y como se lo cree blande el espadón. Lo malo es que el ministro vive acojonado, y como teme al caqui se dedica a acojonar a la ciudadanía.

Pero ocurre que, para bien o para mal, esto es Europa y esos generalotes que deslumbraron al ministro Morenés, con el máximo jefe coronado de todos ellos, no pasan de ser parte del atrezo de pasadas grandezas a las que se encomendaron épicas tareas en una Constitución elaborada, redactada y firmada por unos políticos y un jefe del Estado con el aliento de los cuartos de banderas franquistas en el cogote. Ya va siendo hora de que desaparezca ese Artículo 8 de la Constitución, de todas las constituciones, para que a nadie, a ningún ministro Morenés, a ningún oficial con medallas, se le ocurra echar mano de la amenaza y el apocalipsis cuando sólo se pretende ejercer derechos democráticos.