Mi primo Raúl, que trabaja en el Zinemaldia o cerca o anda por ahí alrededor currando vamos, escribió esto en su Facebook el jueves: Paso un cuarto de hora a cinco metros de Monica Bellucci. Después me voy y trato de seguir con mi vida. No puedo. Es así desde que éramos pequeños: muy sensible. ¡Coño, que no es pa tanto! Jeje. Recuerdo que un Año Nuevo de esos ignominiosos de comida familiar, que tendría él 12 años y yo 11, hartos ya de aguantar al personal cogimos y nos piramos al cine, no sin antes haber besado a nuestro abuelo y con nuestra mejor sonrisa haberle pedido prestada la pasta necesaria. No había esa cosa de Mayores 18 y si la había a la de la taquilla le daba igual y nos plantamos en el Aitor y nos vimos La vida de Brian. Ha llovido, sí. Ahora me acuerdo de eso y lamento tanto no haber tenido una cámara para grabar aquello que si me dieran a elegir un momento de mi vida para haber grabado elegiría ese: no he vuelto a ver jamás a tanta gente junta reírse tanto, tan seguido, tan alto, tan a la vez y con tantos motivos como aquel 1 de enero. Cuando volvimos y todavía seguía nuestra mafia particular de palique y nos preguntaron a ver qué tal, nos miramos y no supimos muy bien cómo encarar aquello. Sí, es cierto, salían un tío y una tía desnudos y de ahí lo de Mayores 18, pero no habíamos entrado por eso sino por el cartel y tampoco nos daba apuro decirlo, era solo que a ver cómo coño les explicábamos a nuestros padres que acabábamos de ver algo histórico, cuando éramos unos canijos y no teníamos ni idea de si lo era o no, aunque nos parecía imposible que hubiera una película más divertida. No sé qué dijimos, nos quedamos como bobos. Claro que puedes seguir con tu vida, tonto, seguiste aquella vez. Anda, me llamas si ves a Ingrid Rubio.