les contaré algo. La madrugada del 19 de mayo de 2008, desvelado, me senté en el ordenador y escribí una corta y aséptica nota de prensa. Le faltaban unas cifras, que rellené con unas equis mayúsculas a la espera de que se hicieran realidad para enviarla a Efe. Nunca debí hacerlo. No lo hice porque pensara que el Annapurna iba a ser fácil de subir para Iñaki Ochoa de Olza, sino porque, sencillamente, necesitaba escribir algo. Esa nota sigue en mi ordenador, con sus equis, pero ya la puedo borrar. En los cinco días que pasaron hasta que Iñaki murió, ya no hablé con él, pero su energía y entusiasmo cuando horas antes me contaba que él y Alexey habían fijado cuerda y que calculaba unas siete horas a cima aún resuenan en mi cabeza. A Alexey Bolotov le costó siete horas subir, casi en solitario desde el campo 5. Iñaki era así. Una máquina física y mental del Himalaya, una enciclopedia alegre y sensible. Ninguna letra puede sustituir a otra, pero borro la nota porque las equis ya se han mostrado. Y, aunque no me sirvan, me sirven. Las equis son los rostros y palabras de los catorce montañeros que se jugaron la vida por él. Y los de Nancy, Nima, Valery... las personas que estaban allá. Tras cuatro años, Donostia acoge en unos días el estreno de Pura Vida, un impulso del gran amigo de Iñaki David Marañón que Migueltxo, Itziar, Marga, Pablo y muchos más han hecho realidad. No sé cuándo la veré, porque aún me pasa como a Bolotov cuando le comunicaron la noticia: no puede ser. Iñaki era entero pura vida y una de sus películas favoritas era Amanece que no es poco. Estoy seguro de que, si pudiera ver esta, se emocionaría. Y daría las gracias por haber desvelado muchas de las equis que convierten a la vida en una dura pero maravillosa fiesta y a cada amanecer en un milagro.
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