En el Ayuntamiento de Barcelona casi todos los partidos apoyan una regla según la cual las comunicaciones municipales deben hacerse en catalán, así como las actas de plenos y comisiones, impresos, sellos de goma, rotulación... Hasta ayer, si un sujeto quisquilloso o simplemente hispanoparlante deseaba recibir cualquier notificación en el otro idioma oficial y mayoritario de la ciudad, tenía que dirigirse a la Administración, pedirlo y esperar. Los jueces acaban de anular ese uso preferente del catalán y desuso consciente del castellano. Vamos, que tampoco es muy complicado editar folletos bilingües y adaptarse a los hábitos sociales.

Hay que andarse al loro con estirar mucho la cuerda y ciscarse en la realidad. Ocurrió hace varias décadas en Florida, en los Estados Unidos. Cuando los dirigentes de Dale rechazaron una tímida propuesta para impulsar el bilingüismo en la zona, Frank Soler, primer editor de Herald y luego de Miami Mensual, contestó así a los políticos anglófilos: "¡De acuerdo, pues entonces tendremos que volver a utilizar un solo idioma, el español, claro". Es lo que tiene tocar los webos al paisanaje, que a este le da por gritar basta. Sucede que me canso de ser hombre, decía Neruda, y a veces sucede que uno se cansa de ser contribuyente.

Ha sido el PP quien ha llevado el caso barcelonés a los tribunales, y ha hecho bien. El sentido común no es propiedad de nadie. En alguna novela pistolera de Álvaro Cunqueiro los indios hablan gallego y los foráneos, vaqueros, soldados, colonos y predicadores, castellano. Los lobos son bilingües. Yo no sé por qué le cuesta tanto a la autoridad ser normal, no forzar literaria o patrióticamente las cosas, no pisar más callos de los necesarios. La derecha política y mediática ha celebrado el fallo, y yo me apunto a la fiesta de la democracia y blablablá. Ahora espero que esos neodefensores del sano bilingüismo miren hacia Pamplona y se apliquen el cuento.