Sms
Ya hemos llegado. Esto es todo lo que ponía en el mensaje que llegó a mi teléfono móvil -porque lo muevo yo, que si no no mueve ni pie ni pata- el miércoles a las tres y media de la tarde. Ya hemos llegado. Me emocioné, lógicamente. Que la madre de uno tarde doce años en aprender a mandar un sms y que una tarde cualquiera mientras brilla el sol te llegue uno, suyo, el primero, y sepas con certeza que ha sido ella, porque tu padre es imposible, porque tu padre aún lleva en la cartera un dibujo que le hiciste a mano una mañana de clavo para enseñarle por dónde cojones había que meter las cintas de VHS en el vídeo -que recordarán que tenían unas bocas como la de Mick Jagger- y nunca pasó de la fase meto la cinta y ¿ahora qué?, pues es para emocionarse. No ha vuelto a mandar ninguno. Me la estoy viendo, nada más llegar a casa de un viaje que hicieron, dándole a las teclas, unas tamaño alfombra que le eligió mi hermana, mientras es capaz de encender seis fuegos a la vez y recordar la temperatura exacta a la que tienen que ser lavadas todas y cada una de las ropas según colores, componentes y hasta dueños. Fue tal el impacto que no supe qué responderle y unas horas más tarde, mientras íbamos en el coche, me lo echó en cara: Pensaba que ibas a contestar. Le repliqué que no se creciera y que bienvenida al mundo del sms, que hay un estudio de Harvard que dice que el 28,4% de los sms no se contestan, siendo los no replicantes un 53% varones y un 47% ellas y que además no se pusiera estupenda, que si me ponía exactito a ver adónde habían llegado y lo que es más importante quiénes, que a mí los plurales de siempre me han inquietado mucho, como cuando oigo a Cospedal decir vamos a salir de esta, calculo que en unos doce años y a saber en qué dirección y quiénes.