uno de los mayores placeres de esta vida -sino el que más- es coger la cámara de una rueda grande de tractor, meterla en un río en medio de dos corrientes, atarle una cuerda a un lado y fijarla en un árbol en una orilla, otra al otro en la otra orilla, tumbarse encima en julio cuando el sol te revienta, ponerte unas gafas de bucear viejas como ellas solas y meter la cabeza en el agua a ver qué hay debajo. Cuando el sol te traspasa los huesos, te das un baño en ese río casi helado y te subes rápido a la ardiente goma. Y cuando la goma ya no arde porque la has mojado con tu cuerpo, te vuelves a meter al río para que cuando regreses esté seca. Y vuelta a empezar. También puedes tomar el sol de cara, sin más, pero, entonces, ¿para qué llevas las gafas? Cuando se hace de noche, suele ser buena hora para entrar en casa, moradito como un lirio. Pero hasta entonces te hartas de ver el fondo del río, que si es un río normal y limpio y de montaña tiene un tráfico subterráneo interesantísimo. En el de mi pueblo, en la orilla de la izquierda pegada al cascajo, hay Zapateros, aunque estos caminan por encima del agua. No sé cómo se llaman en otros lugares ni si se llaman así, pero en casa les llamamos Zapateros. Son como moscas, pero con cuatro patas largas y avanzan por el agua como los pedalos del mar. Son unos bichos muy peculiares, que en su nadar dejan unas ondas muy agradables, como de estela, que se disipan lentamente. No tengo ni idea qué comen, pero en tramos muy concretos hay cientos, así que tienen que ser una especie muy resistente y fijo que comen como cerdos y su aspecto agradable es más imagen que otra cosa. Cuando leí ayer a Rubalcaba decir que los presupuestos de Rajoy son "inadmisibles" decidí que este verano les cambio el nombre. Se van a llamar Rubalcabas.