LA historia se repite. El anuncio de huelga general del día 29 se destila en televisión como si se tratara de un anticiclón sobre las Azores. El mapa del tiempo aburre a diario a fuerza de que ni llueva ni nieve y se anuncia una huelga por parte de los sindicatos que, o mucho cambia el tratamiento o puede que todo el mundo se despierte ese día con la sensación de que tenía que hacer algo de lo que no se acuerda. La comunicación de los hechos consumados se ha puesto a trabajar. Ahora, hasta de la mismísima Letizia dicen que se compra las camisetas a precio de crisis en Mango. Bueno, por un cambio de cuello, o algo así, comenzó en Francia la república.
Lo que no termina de cambiar es el fútbol. Ayer Guardiola se miró al espejo público de las cámaras y se preguntó si el que se veía ahí reflejado era Jekyll o mister Hyde. Si era el Guardiola que parió su madre o, después de todo este rollo mediático, se había vuelto como Mourinho. Por respeto no señalaré el acento portugués con el que dijo aquellas frases. Aunque el acento que esta semana nos debería preocupar es el griego. Esa constelación de islas en torno a una península milenaria que está en el origen de toda nuestra cultura. Homero, Aristóteles, Platón, Praxíteles, Epicuro o El Partenón. Todo aquello hoy se ha olvidado. La agencia Moodys ha decidido que su situación actual es de insolvencia y que no se puede compensar. Que todo el patrimonio cultural que legaron a la humanidad es pan mojado en nuestra economía actual. La tele nos muestra el destino con señales contradictorias. Una huelga general que suena como una simple brisa, la extrema delgadez de la realeza embutida en una camiseta de diez euros y un continente que camina hacia la bancarrota guiado por las hijas de Neptuno, el dios del mar, en el aniversario del tsunami de Japón.