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Duplicidades y autogobierno

una comisión para cuestionar el modelo institucional de país. Ese, y no otro, es el objetivo de la Comisión parlamentaria especial creada a instancias del Ejecutivo López, y cuyo objeto es analizar las "duplicidades y solapamientos" que a juicio de los proponentes se produce en el ejercicio de funciones entre los tres niveles administrativos de la comunidad autónoma, para lo cual escuchará a 60 comparecientes antes de redactar su dictamen.

Las dos primeras comparecencias, del consejero de Economía, Carlos Aguirre, y del secretario general de Presidencia, Manuel Salinero, junto a las manifestaciones del propio lehendakari y del portavoz del PSE, José Antonio Pastor, dejan claro que el verdadero objetivo no es reflexionar sobre el sistema y su evolución futura, sino cuestionar la propia continuidad del modelo institucional vigente. Esta primera aproximación al debate que propone el Gobierno y su partido es un directo ataque a la base sobre la que descansa nuestra singularidad como nación vasca, supone cuestionar la base de nuestros derechos históricos y en última instancia cuestiona la esencia y el corazón de nuestro autogobierno.

Confundir a la sociedad es fácil. Basta contraponer de forma retórica posmodernos conceptos de eficacia de las administraciones públicas frente al anquilosado Antiguo régimen, que vendría a estar representado por nuestro obsoleto sistema competencial; basta, para sembrar la confusión, hablar de duplicidades y de redundancias cuando no todo lo que se califica como tal lo son -el propio informe del que parte la comisión incurre en el error de considerar como tales realidades que no lo son, por ejemplo en el terreno socioasistencial-.

Nuestro sistema, confederal desde un punto de vista teórico, se asienta en el principio que precisamente es aplicado, reivindicado y defendido, por el PSOE, en Europa: el de subsidiariedad. Y se proyecta con un matiz histórico fundamental, que no parece conocer o respetar el lehendakari: la concepción de nuestro sistema es horizontal, es decir, no partimos de jerarquizar o de fijar primacías entre Gobierno Vasco y diputaciones.

El concepto de distribución competencial, tanto en el Estatuto como en la LTH, es otro muy distinto. Es un modelo que ha servido, también cuando representantes de un mismo partido gobernaban todas las instituciones, para forzar la cultura del consenso, de la necesidad de llegar a ententes para hacer posible realidades en materia de infraestructuras, o de proyectos como el Guggenheim, el Kursaal o el Artium, por citar algunos ejemplos de actuación coordinada, en auzolan institucional.

¿Se puede mejorar el sistema? ¿Debe profundizarse en la coordinación y en complementar mejor la interacción? Seguro que sí, todo es mejorable. Pero pretender, bajo esa excusa, la catarsis del sistema, su cuestionamiento global de forma que alcance incluso al propio modelo de fiscalidad -el lehendakari anunciaba que el Gobierno estudia su capacidad para poder subir impuestos desde el Parlamento- es buscar un atajo político para intentar, por intereses partidistas, derruir el propio andamiaje institucional del país.

Patxi López ha exigido en varias ocasiones durante esta legislatura al PNV que abandone las "excusas baratas" para no propiciar la colaboración institucional y que deje de usar las diputaciones para hacer oposición. Al inicio de su mandato afirmó, en relación a la eventual aplicabilidad del entonces vigente plan de aceleración económica contra la crisis -suscrito en 2008 entre las propias diputaciones y el Gobierno Vasco-, que seleccionaría del mismo aquello que mereciera la pena, y que no desarrollaría "planes de propaganda, sino planes serios para enfrentarnos a la crisis". ¿Y esto que ahora propone qué es, sino fuegos de artificio para encubrir su falta de liderazgo de cara a resolver lo que de verdad importa, recuperar la senda del crecimiento económico y la recuperación?

Merece la pena recordar de nuevo que el acuerdo de Bases para el cambio democrático al servicio de la sociedad vasca afirmaba expresamente que el Gobierno así formado apostaba por "el entendimiento para unir y cohesionar al país en torno a proyectos compartidos". Y frente a esta retórica invocación al diálogo, se está imponiendo en el día a día político el repetido afán del Gobierno -y de su lehendakari al frente- por volver al reproche retroactivo, mirando de nuevo atrás, lo cual parece responder más que a una estrategia bien diseñada a la inseguridad acomplejada de quien se sabe débil políticamente y con un respaldo minoritario entre la sociedad.

Frente al discurso hueco, retórico y vacío de contenido, la coherencia y la profundización en modernas técnicas y tácticas de autogobierno es la ruta a seguir para renovar la confianza con la sociedad vasca.