En abril tuve que ir a Bilbao. No me quedó más remedio. El caso es que fui a hablar de unas letras que me habían empaquetado y como la cosa esa de los beneficios no era para mí pues no me daba tanto reparo, aunque siga siendo ridículo. Llegué con mi mochila al sitio y me atendió una chica muy mona y ví que había sillas y una mesa en la que habían puesto las letras en una pila y también en el centro y por los lados y un micrófono y me salí a un bar a por cafeína y a la acera a por nicotina. Entre medio le llamé a mi madre y le dije que había visto un escaparate de los que le gustan, lleno de colores. Me fumé unos cafés, me bebí unos cigarros y diez minutos después de la hora indicada entré en la FNAC a por la gloria. La presentación fue un exitazo. Les endilgué una brasa de al menos una hora, no recuerdo qué dije. Había unas 50 sillas y espacio en los laterales como para otros 100. Estuvimos 6, yo excluido. Una pareja que se agarraba la mano, una chica muy dulce y muy callada, una señora de entre 60 y 1.000 años que estaba en primera fila y que tenía un sueño horrible y un cuello como un muelle, Ander y un fenómeno que mientras esperábamos a ver si venía algún insólito más soltó en alto que como había oído por megafonía que Jorge Nagore presentaba un libro y él conocía a un Jorge Nagore abogao de Bilbao que había ido a ver y ya se quedó. Lo pasamos bomba y hasta hicieron preguntas -menos la señora, que la tuvimos que evacuar-. Luego me tomé un agua con el gran Ander y mi mochila y yo volvimos al hostalillo muy felices. Le llamé a mi madre para contarle que mil veces mejor que en casa, que habían ido unos 100. Mi madre, como me conoce, me creyó. Y que tenía que ver ese escaparate. Una tarde como esa no la vivirá jamás el zampabollos de Megaupload. Pero vaya chozón.
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