O eso dicen
HISTORIAS de Londres, Enric González explica muy bien -como quien no quiere la cosa- cuándo, cómo y dónde -en la City- el mundo se convirtió en lo que ahora es, esta globalizada, porculizada y gigantesca bolsa de basura en la que un memo de Bristol con despacho en Nueva York, amante en Kingston y embarcadero en los Hamptons y que dona el 40% de sus ingresos para paliar el hambre en África decide que los portugueses tienen que rascar con la nariz el suelo porque a él le sale de los gemelos. Estuve una vez en la City, hace mucho, que fui a ver a El Maestro, cuando mi primo vivía alquilado cerca del Barbican Centre. Compartía casa con tres o cuatro más, no recuerdo. Yo dormía en el suelo del cuarto de estar, que tenía un balcón a la calle por la que pasaban cientos de tipos y tipas con maletas y buen aspecto. Uno de los inquilinos era broker de materias primas. Además de broker, era negro -no de color-. Vivía con su novia, que era blanca, rubia y sueca. La tópica sueca, vamos, elevada al cubo. El broker era un armario ropero con las puertas abiertas. Y negro negro negro. Una mañana me levanté a mear -las cervezas de la noche anterior-, me debí de entretener en el baño mirando las baldosas y cuando volví a mi suelo el negro estaba haciendo pesas sin camiseta en el cuarto de estar escuchando a Marvin Gaye. Les ahorro la descripción. El tópico mazas, elevado al cubo. Hizo sus millones de repeticiones sin siquiera mirarme, se levantó, se secó el sudor, fue a la cocina, cogió un barreño de cereales con leche, lo trajo adonde estaba yo y se lo tragó sin respirar. Luego supongo que se habría duchao -no sé si solo o con la sueca-, se puso guapísimo, pilló su maleta y se fue. A los dos meses mi primo me contó que la sueca le había dejado. Dios, aunque tarde, existe.