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2012: ¿miedo, resignación, pesimismo?

ESTE recién estrenado 2012 ni siquiera ha permitido aflorar ese puntual e ingenuo sentimiento catártico que provoca la llegada de cada nuevo año, al poner todos el contador a cero y pensar que los deseos e ilusiones soñados pueden llegar a hacerse realidad por el mero recambio de calendario. Al contrario, parece instalarse de forma estructural y no coyuntural ese poderoso estado de ánimo caracterizado por el pesimismo individual y colectivo ante la dura crisis que nos toca superar. Las expectativas económicas parecen acabar transformando la economía en una especie de ciencia forense, que se ocupa más que de cuidar y curar al enfermo (la economía) de decir de qué ha fallecido.

Tras el paréntesis navideño, y en esta paulatina vuelta o regreso (afortunado para quienes trabajan) a ese glaciar poderoso que es la normalidad, la rutina diaria, la inercia vital, cuando se filtra ya la claridad laboral de la mañana, cuando se apodera de nosotros esa pereza intranquila del sueño roto ya por el despertador, podemos enfrentar tres maneras diferentes de afrontar la crisis: la del optimista entusiasta (especie en extinción), para el que no es necesario hacer nada, la inercia del paso del tiempo acabará arreglando todo; la segunda opción, mayoritaria hoy día en la sociedad, es la del pesimista irredento, para el que hagamos lo que hagamos todo irá de mal en peor.

Y la tercera vía, la que ha de permitir superar esta situación, supone asumir cada uno nuestras propias responsabilidades, no buscar un chivo expiatorio contra el que descargar nuestra impotencia. Sería calificable como el pesimista constructivo, quien, desde una sana austeridad emocional que no frena su laboriosidad, sino que la encauza y la encamina asume que hay que intentar hacer las cosas bien, con profesionalidad y responsabilidad, y solo así acabaremos saliendo de esta dura meseta que representa la crisis.

Los dirigentes políticos dibujan escenarios casi apocalípticos, tal vez para que su labor se proyecte sobre una sociedad atenazada y paralizada por el miedo, de manera que su reacción quede amortiguada y silenciada por la tendencia a encerrase en uno mismo, ante el lógico sentimiento individual del sálvese quién pueda.

Las durísimas medidas de ajuste y de contención de gasto público y de recortes anunciadas tras el primer consejo de ministros del Gobierno Rajoy, ya publicadas en el BOE, permiten muchas interpretaciones pero, sin caer en la demagogia o en el fácil populismo de la indignación, parece claro que van a ahondar en una profunda recesión de la economía, de la que no es culpable el Gobierno actual, pero al que sí cabe exigir que dibuje o diseñe un escenario futuro, que haga un ejercicio de prospección política y económica y nos indique si existe de verdad un guión, una vía de salida.

Para un dirigente político no debe ser difícil tomar decisiones cuando sabe cuáles son sus valores. Dirigir es hacer las cosas adecuadamente, mientras que liderar, más aun si cabe en momentos como los actuales, ha de traducirse en hacer las cosas adecuadas.

La primera decisión del Gobierno Rajoy queda anclada en la unilateralidad. Es consciente de que la crisis puede llevarse por delante su recién estrenado Gobierno, y que la mayoría absoluta puede acabar siendo un regalo envenenado, ya que no tiene ni tendrá excusas ni chivos expiatorios contra los que dirigir su impotencia en caso de que su plan de austeridad nos suma en una profunda depresión económica que impida superar esta dura meseta que representa la crisis que nos azota.

Rajoy ha seguido al pie de la letra, y lo hará en el futuro, las orientaciones de la dirigente alemana Angela Merkel. Sin caer en infundada demonización, en el maniqueísmo simplista de los buenos y los malos, cabe preguntarse si esa obsesiva orientación por el control del déficit público supone una receta eficaz para salir del actual contexto de crisis. Al menos cabría preguntarse si, además de hacerse eco de las exigencias de la UE acerca del cumplimiento de los compromisos en materia de déficit público, van a plantear medidas que permitan dinamizar nuestra castigada economía y su motor, que somos las personas, los trabajadores y consumidores, y las empresas.

De momento lo que el Gobierno ha realizado son recortes durísimos que afectan directamente a partidas necesarias para generar actividad industrial, tales como infraestructuras o inversiones en I+D+i. Lo esperable, deseable y necesario es que las drásticas medidas vengan acompañadas de propuestas que incentiven el motor de nuestra economía, porque con austeridad y contención del gasto público ralentizaremos el proceso de salida a esta crisis, y las consecuencias de una recesión crónica serían irreversibles para nuestro sistema productivo y para el mantenimiento del Estado social o del bienestar.