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Los siete pecados de los europeos (II)

la semana pasaba iniciaba la reflexión en torno a la tipología de los problemas que contaminan la construcción europea, resumiendo un excelente estudio publicado en un diario alemán. Toda generalización es siempre injusta, pero siguiendo con el elenco, y tras haber analizado hace una semana la pereza, el encubrimiento y la hipocresía, abordo hoy los cuatro restantes "pecados" de los europeos:

I) La gula-España: primero fue el urbanismo salvaje, la cultura del pelotazo basada en la especulación del ladrillo, la elevación a los altares del capitalismo de una economía sin suelo estable ni productivo. Y a ello cabría añadir, como en otros Estados (Francia o Italia) el apego a la subvención comunitaria en materia de política agrícola. Cerca de 50.000 millones de euros salen cada año de las cajas de Bruselas destinados a la agricultura europea. La mayor parte recae directamente en los agricultores de los distintos países de la UE, que pueden así mantener su capacidad de competencia en un sector muy competitivo y que se basa en precios muy bajos. Mientras, aterriza en los mercados africanos una parte considerable de la carne, los productos lácteos y las verduras a precio reducido de España, Italia, Francia o Alemania.

II) El egocentrismo-Irlanda: podemos dar tranquilamente la misma explicación que el ministro irlandés de Cultura. "Somos un pueblo feliz", afirmaba recientemente, "y un pueblo profundamente sincero. Para los inversores extranjeros, son aspectos que cuentan". De eso no cabe ninguna duda. Pero no está prohibido pensar, analizando la situación más de cerca, que los tipos impositivos irlandeses se encuentran entre las razones que explican que la isla atraiga a las empresas internacionales como si fuera un poderoso imán. En este país, el impuesto de sociedades es sólo del 12,5%. Un porcentaje muy por debajo de la media europea. La mayoría de los países de la UE aplican a las empresas un porcentaje de hasta el 30%, como Alemania y Francia. Antes de la crisis de la deuda, Irlanda ya atraía por decenas a las grandes multinacionales: Facebook, Intel, Pfizer, Merk, SAP, IBM, todas se apresuraban a la isla de las céad míle fáilte ("cien mil bienvenidas").

III) La arrogancia-Francia: a mediados de diciembre, el grupo nuclear francés Areva ha dado a conocer su proyecto de eliminar varios miles de empleos. Pero los empleados no tienen de qué preocuparse. "No tendrá ningún impacto, es la línea que desea seguir el Estado", declaró François Baroin, ministro de Economía, tras las primeras filtraciones sobre el plan de eliminar puestos de trabajo. François Baroin convocó enseguida a Luc Oursel, director de Areva. "No se tomará ninguna decisión que considere el empleo como variable de ajuste, independientemente del impacto de la ralentización de la actividad económica mundial", recalcó. Tendría que precisar que se daría prioridad a los empleos franceses.

En Francia, a nadie le sorprenden estas declaraciones. Se inscriben en la razón de Estado, desde que Jean-Baptiste Colbert, ministro de Finanzas de Luis XIV, se propuso dirigir la economía con mano de hierro. Poco importa que Areva sea un 87% de propiedad estatal. Incluso cuando el fabricante automovilístico privado PSA Peugeot-Citroën, que se encuentra en la cuerda floja, anunció recientemente una eliminación de puestos, Eric Besson, ministro de Industria, se apresuró a prometer que se mantendrían todos los empleos franceses. Y el presidente de Renault fue llamado al orden cuando quiso deslocalizar una pequeña parte de su producción a Turquía. Es lo que sucede cuando el Estado se erige como protector de la economía. Los costes de producción aumentan y con ellos, los precios. Para evitar un descenso de las exportaciones, el Gobierno refuerza su proteccionismo. Un círculo vicioso. Los responsables políticos franceses solo se vuelven europeos convencidos cuando no logran avanzar en sus proyectos por sí solos. De ahí la creación de EADS, el primer grupo aeronáutico y de defensa europeo. O de ahí su interés en ver surgir una alianza en el sector de la construcción naval, siguiendo el modelo del fabricante de aviones.

IV) La codicia-Reino Unido: ¿acaso los británicos no han oído el estrépito? Como si el mundo de las finanzas no se hubiera desplomado en los últimos tres años, están convencidos de poder seguir jugando a ver quién pierde más y compensando las pérdidas de su industria especulando con el dinero extranjero. Incorregibles y obstinados, insisten en seguir su supuesta lógica, según la cual los mercados son invulnerables y tanto la política como la sociedad al final se someterán a su ley.

El liberalismo de John Stuart Mill y Adam Smith, llevado al extremo en este universo descarriado, ha permitido la emergencia en la City londinense de un sistema financiero carente de una verdadera regulación, en el que se han negociado productos financieros muy sofisticados, instrumentos derivados y títulos respaldados por créditos, que en gran medida son los responsables del gran crack de 2008. Así se han esfumado miles de millones de euros, procedentes de las cuentas de ahorro y de los planes de pensiones de particulares, aunque a quien se ha indemnizado ha sido a los banqueros de la City.