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Los siete pecados de los europeos (I)

una original visión "tipológica" de los europeos publicada en el periódico alemán Die Zeit ha puesto de relieve el verdadero origen del cisma abierto en Europa tras la ruptura entre ingleses por un lado y alemanes y franceses por otro. Pueden ser, en muchos casos, tópicos injustos, pero este es el sugerente resumen, que incluye la pereza, el encubrimiento, la hipocresía, la gula, el egocentrismo, la arrogancia y la codicia, de los que hoy expongo tres manifestaciones:

I) La pereza: Grecia. Dicen que la culpa es de Angela Merkel. Si Europa está alicaída, es por la insensibilidad de Alemania. Así son las explicaciones que dan los tabloides a la crisis en Grecia, así son los eslóganes de los manifestantes y de los líderes populistas. Para los griegos, el problema no reside en la deuda, sino en el hecho de que unos extranjeros les llaman al orden, les instan a reaccionar y les sermonean. Al reaccionar así, se engañan a sí mismos y engañan a Europa. En Atenas resulta sorprendente la autoindulgencia de los griegos. ¿Quiénes son los auténticos responsables de la miseria actual? Una sociedad basada en la deuda. La gente que estaba convencida de que Europa siempre sería lo bastante próspera para acudir en ayuda de Grecia. Las empresas, que se aferraban a sus privilegios. Los empleados públicos ferroviarios, que recibían salarios desorbitados al beneficiarse de escalas salariales inextricables. Los responsables políticos, que contrataban a los sobrinos y las sobrinas de sus electores. En esta debilidad, en esta carencia de autocrítica, es donde reside la verdadera crisis de Grecia.

II) El encubrimiento: Luxemburgo (y Suiza, Estado europeo no comunitario). Las sumas que están en juego son colosales. Tan colosales que en condiciones normales harían que se dilataran las pupilas de los responsables políticos europeos. Solo en Suiza, los particulares, en su mayoría europeos, poseen 1,56 billones de euros. Poseen 1,4 billones en Gran Bretaña, sobre todo en las islas anglonormandas, 440.000 millones en Luxemburgo, 78.000 millones en Liechtenstein. Así, estos países se vuelven cómplices de la evasión fiscal. Puncionan las riquezas nacionales del extranjero y viven de los intereses. ¿Y cómo reacciona Europa? En lugar de indignarse de forma unánime, las capitales europeas consideran estas prácticas, por escandalosas que sean, como viejas tradiciones, asuntos diplomáticos. En lo que respecta a Liechtenstein y a Suiza, pocos países, entre ellos Alemania, quisieron firmar sus propios acuerdos de doble imposición: la idea es que parte de las deudas fiscales se devuelva al país de origen de los fondos mediante un impuesto concertado.

Este tipo de enfoque compromete el proyecto de la Comisión Europea de instaurar intercambios automáticos de información con el objetivo de descubrir a los defraudadores, un proyecto que también rechazó Luxemburgo. El mismo Luxemburgo que preconiza a los cuatro vientos la solidaridad europea.

III) La hipocresía: Alemania. ¿Puede existir una Europa en la que un país exporta y obtiene beneficios mientras que los demás consumen y se endeudan? Los alemanes se enorgullecen de sus rendimientos con la exportación, que demuestran el vigor de su economía. Pero cuando un país vende más al extranjero de lo que recibe, acaba creando problemas a todos. Este año, con las exportaciones alemanas hacia los países de la UE se ha registrado un excedente de 62.000 millones de euros. Esto significa ni más ni menos que las mercancías producidas en Alemania no se intercambian por mercancías extranjeras, sino que, por así decirlo, se entregan a crédito. Por lo tanto, Europa del Sur se endeuda ante los alemanes para comprarles sus productos. Es decir, la riqueza de Alemania se basa en las deudas de sus vecinos. Ahora bien, ¿quiénes son los primeros que se lamentan por esas deudas? Efectivamente, los alemanes. Un día de estos, la quiebra amenazará a los deudores y los acreedores tendrán que revisar a la baja sus exigencias de pago. En los últimos años, Alemania ha amasado cerca de un billón de euros en haberes exteriores, por lo que podría tener que despedirse de una gran parte de este dinero el día que el sur ya no esté en condiciones de pagar.

De ahí las declaraciones actuales de la canciller, que quiere que todo el mundo se vuelva como los alemanes. Es decir, se supone que los países en cuestión deben exportar más de lo que importan. Y por lo tanto, reducir los sueldos y controlar su consumo. Es fácil decirlo, pero no tanto hacerlo. Porque si todo el mundo se limitara a vender, ya no habría nadie que comprara. Y la economía marcaría el paso. Si los europeos no quieren inundar el resto del mundo con sus productos, algo que el mundo no permitiría, entonces hay que llegar a un equilibrio en el seno de la Unión. Los italianos tienen que apretarse el cinturón. Y los alemanes, gastar más.