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Trabajar

Siempre he querido ser guionista de Corazón Corazón -tiene que ser épico escribir que La Princesa Letizia hizo gala un año más de su discreta sencillez a la vez que picas unos txaskis y te limpias el aceitazo que se te ha quedao en los dedos en la camisa y luego que alguien lea eso en pantalla y que sepas que tu madre lo escucha y diga: ¡eso fijo que lo ha escrito mi niño, portutatis! y mi padre, que está al lao, le conteste: ¡que también es mi hijo!- y mi hermano fotógrafo de platos combinados de restaurante de polígono, de esos que sale el huevo frito blanco redondo perfecto -sencillo y discreto, como buen huevo- y sin puntillas ni aceites sobrantes y la lechuga verde verde y las roquetas con un color que te dicen si me comes no sales vivo de aquí y, si sales, la próxima vez prueba el 15. A mi hermano, como es práctico, esa idea de hacer 20 fotos -no más- y tirarse a vivir el resto de sus días a la pierna tonta le va, de ahí que trabaje como un cerdo. Yo, por el contrario, soy más disperso, de trabajar a conciencia, y me cuesta un trabajo tremebundo lograr trabajar poco. De hecho, cuando me preguntan a qué me dedico, digo, muy serio: trabajo para no trabajar. Y la gente, pues no me cree, porque la gente no se cree nada, y entonces tienes que ponerte a explicar la situación completa entera desde los fenicios y al final pues sí que te entienden y te dan el sí de los aburridos y dicen: la verdad es que ya da curro, ya. Pero trabajar, ¿en qué trabajas? y deseas, aunque solo sea un instante, tener un trabajo normal, de esos con jefe amargao que ni come ni deja comer, pero se te pasa enseguida y al minuto viene otro y te pregunta en qué andas y le dices ¡no te lo vas a creer! y así todo el día sin parar de currar y el cabrón de mi hermano con los huevos fritos, pájaro.