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El FMI y la hambruna en África: especulación financiera

Como un triste y lamentable guadiana mediático, las portadas de los periódicos e informativos nos traen de nuevo a la actualidad imágenes de la hambruna en África, y la denominada "comunidad internacional" reacciona ante su cargo de conciencia convocando una Conferencia de donantes, un nuevo ejercicio obsceno de filantropía ostentosa y de altruismo hipócrita, orientado a calmar nuestra sensación de culpabilidad en cuanto integrantes del llamado "primer mundo".

África, continente explotado y esquilmado durante y tras la colonización por Estados y empresas occidentales, regida por gobiernos locales demasiadas veces corruptos e incompetentes, lastrado por el proteccionismo del Norte en todo lo relativo a la importación de productos agrícolas, arrasado por continuas sequías y con un PIB per cápita de hasta 15 veces menos que el nivel medio europeo nos pone de nuevo ante el dilema de cómo promover un desarrollo suficiente, porque la inversión a realizar es ingente, ante sociedades poco o nada tecnificadas y un lamentable índice educativo.

La hambruna que se ceba en los más débiles tiene tras de si causas estructurales: las mal llamadas políticas de eficacia puestas en marcha hace años en numerosos Estados africanos, orientadas a impulsar a los campesinos locales a abandonar sus campos bajo el señuelo de indemnizaciones que, nunca mejor dicho, acabaron siendo pan para hoy y hambre para mañana, ya que los propios Estados locales han tenido que importar a precios exorbitados los alimentos que antes cosechaban ellos mismos.

Los cereales son el más reciente y acabado ejemplo de especulación financiera, lo cual, sumado al beneficio de los intermediarios (distribuidores, agentes aduaneros y terceros intervinientes en la compleja logística de transporte) ha disparado su precio incluso en años, como el actual, de excepcionales cosechas (un 4% de incremento de la producción respecto al 2010).

La OMC lleva tiempo llamando la atención sobre los riesgos que conlleva la vuelta a la autarquía y al proteccionismo por parte de los Estados del primer mundo. Uno de sus efectos más perversos se aprecia en las importaciones de bienes provenientes de Estados africanos, que son gravadas de forma escandalosamente alta, haciendo de facto inviable su comercialización y favoreciendo a su vez la especulación, al florecer mercados idénticos a las bolsas de valores, amparados en contratos de entrega de trigo o maíz a futuro, con la esperanza (y la estrategia especuladora) de revenderlos, pasado un tiempo, mucho más caros.

Una de las grandes batallas de este siglo XXI será, sin duda, la alimentación mundial. Y las grandes potencias especulan incluso a través de la compra de tierras en el extranjero, para asegurarse la reserva de comestibles. Hay quien habla ya de la alimentación como el oro negro del futuro. Estados como China, Corea del Sur, Arabia Saudí, Emiratos Árabes o Japón han consolidado esta peculiar forma de entender las relaciones internacionales.

Libia, antes de la revuelta que hace tambalearse al régimen del dictador Gadafi adquirió 250.000 hectáreas en Ucrania a cambio de petróleo y gas, y Egipto, también además del derrocamiento de H. Mubarak adquirió 850.000 hectáreas en Uganda para sembrar trigo y maíz. ¡Extrañas permutas en este ingobernable planeta, incapaz de afrontar de forma solidaria un problema mundial como el del hambre!

Ojalá seamos capaces, entre todos, de civilizar colectivamente el futuro de todos nosotros. Es mi deseo prevacacional, tal vez ingenuo pero sincero.