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Gregarismo social: elogio de la coherencia

EN cualquier esfera de nuestra sociedad (el mundo político, el educativo, el deporte o la cultura), el peso de lo mediático, del morbo y la preeminencia de las imágenes sobre la reflexión serena, la conversión de los informativos de televisión en una suma inconexa de sucesos, deporte, el tiempo y crónica rosa-social enmascara otra realidad, caracterizada por el triste hecho de que digerimos como fast food, como comida rápida, todo lo que los medios y el poder convierten en noticia, y nos transformamos en masa social acrítica, que pocas veces encuentra la calma y el tiempo necesario para pararse a pensar y formarse un criterio sobre cuestiones troncales para nuestra convivencia.

Necesitamos consumir noticias y acontecimientos como si fueran un alimento social más… ¿cómo reclamar a los jóvenes actitudes reflexivas si nosotros mismos nos dejamos arrastrar por la tendencia a demonizar o a ensalzar rápidamente, a colocar maniqueamente en el bando bueno o en el malo a los protagonistas de cada episodio que pasa por delante de nuestra pasiva actitud como espectadores?

Todo ello se aprecia de manera agudizada en el terreno de la dimensión mediática de la política, convertida demasiadas veces en elemento estratégico clave para dar al gobierno de turno, en el sustento necesario que le permita consolidar su imagen, frente a su minoritario apoyo social, así como a tratar de aportar dosis de coherencia política a lo que está siendo una retahíla inconexa de medidas basadas más en la improvisación que en la planificación.

Esta permanente agitación en superficie, a modo de señuelo político que encubre la verdadera falta de toma de decisiones sobre los temas claves y troncales para nuestro país, revela una falsa movilidad del Ejecutivo, un pseudomovimiento tras el que se intenta mostrar como acción de gobierno una mera suma de inconexas decisiones. Asistimos a un modelo de hacer política, no a un modelo de gobierno, centrado en la propaganda, concepto distinto del de publicidad, y también empleado como recurso para aportar socialmente la sensación de que algo se mueve… ¡para llegar en realidad al mismo sitio!

Cobra hoy día, más que nunca, plena vigencia la dimensión política de la comunicación, en cuanto materia prima estratégica, cuyo control otorga al poder que lo ejerce una ventaja estratégica decisiva. Y son muchos los ejemplos que pretenden ir calando en el imaginario y en el ideario social: contraponer racionalidad y nacionalismo, o colocar como conceptos antónimos patriotismo y ciudadanía, para sostener el discurso demagógico de que el "patriotismo" sin ciudadanía es fanatismo, o la repetida calificación del nacionalismo como un movimiento político que no es racional.

¿Cuántas veces tenemos la sensación de no conocer el verdadero fondo de una noticia, los intereses que se esconden detrás de una determinada forma de vendernos ese determinado acontecimiento o esa decisión política? ¿Cómo podemos superar esta triste sensación de ser permanentemente teledirigidos?

Me permito aportar tres humildes consejos para tratar de superar ese intento de gregarismo social que se impone a modo de potente somnífero de nuestras conciencias (la individual y la colectiva): leer por encima de la actualidad, darle distancia y relativizar los enfoques que nos bombardean mediáticamente, y por último, ser capaces de mantener una coherencia en nuestras actitudes y nuestros criterios como ciudadanos. Tal vez para eso sirva la asignatura de Educación para la Ciudadanía, tan denostada por ciertos sectores y una vez más víctima del debate facilón, sin detenerse a analizar sus contenidos y objetivos.