Uno de los fundadores de la mítica revista de humor La Codorniz fue Rafael Castellano, un personaje a caballo entre la topografía y el periodismo, que vivía de ambos y se vinculó desde muy joven por motivos profesionales con la tierra vasca. Aquel Rafael Castellano conoció al capitán Antonio Mingote, a la pionera Conchita Montes, capaz de sobrevivir en una redacción llena de machotes, creadora del Damero Maldito sesudo hipercrucigrama, y por supuesto, al director Álvaro de la Iglesia, dominador de los titulares como pocos. Hijo de R. C., periodista de raza como el padre, trabajó (1961) 18 años en la humorística publicación y popularizo seudónimos como Falete o Rafael Castleman para darle un toque diferenciado y cosmopolita al paterno nombre, en ajuste de cuentas freudiano. Con el paso de los años navegó otras procelosas aguas empresariales, que le estafaron cinco años de cotizaciones de su laboral vida y le dejaron más planchao que el cuello de un mayordomo y a punto de pasar, además por la trena por excesos periodísticos. Periodista y escritor comprometido con la Cultura, Inteligencia y Euskal Herria, capaz de interpretar un personaje de Ionesco en un escenario o parir sus relatos de Tiemble después de haber reído, empezó sus colaboraciones en la mítica revista con una crítica sobre radio. Falete fue conociendo la farándula y el periodismo de hace décadas en pleno auge franquista, creciendo en imaginación y escritura y por ello su cofre del muerto de aquella época está repleto de codornices. Es posible que no le saquen en la antología a punto de aparecer en quioscos y sería una injusticia más de las que Castleman ha tenido que padecer en su existencia, pero como los irreductibles de Amaiur, jamás entregará bloc y emocional inteligencia. Periodista hasta el último aliento, Falete todavía vive y pide guerra.